viernes, 4 de julio de 2008

La lectura, los libros y la locura

El otro día estaba mirando un DVD, cortesía del Tío Laga, sobre los glifos mayas y la forma como los epigrafistas los han descifrado. Es una maravilla la forma como ahora leen las inscripciones de las estelas y de los edificios: de corrido, así como uno lee el periódico. Claro que de vez en cuando uno se confunde o encuentra una palabra que no conoce, pero eso no quiere decir que no entienda la idea general. Pues algo así andan estos epigrafistas. Se han leído la historia como si fuera una novela; seguramente ya conocen los chismes, las intimidades y las vergüenzas de la realeza maya. ¿No es una contradicción que muchos de los descendientes de los mayas no puedan leer ni siguiera esos rótulos que dicen "Guatemala, Tierra de los Mayas"?

Me puse a pensar en lo maravilloso que es poder expresar o entender, a través de unos cuantos garabatos, sentimientos, dolores, ideas, sueños, verdades y mentiras que perduran por años, siglos, milenios.... Uno está tan acostumbrado a eso de leer y escribir que se le olvida que es un privilegio, que la escritura es lo que marca la raya entre la historia y la prehistoria, que hace no mucho tiempo los alfabetas eran minoría.

No me acuerdo exactamente en qué momento aprendí a leer. Debe haber sido por allá por 1962, cuando estaba en la preparatoria de las monjas de la Asunción. Nos pusieron a leer el ridículo libro de Pepe y Polita y la monja nos llamaba uno por uno para que le leyéramos un párrafo. Me lo eché todo, hasta llegar a "Se terminó de imprimir en...", y desde entonces no he parado de leer. Quizá hubiera sido beneficioso que leyera, como los niños cubanos, lo que escribió Martí en "El Libro de Oro" en vez de leer las cacofónicas líneas aquellas de "Pepe tiene un gato. El gato se llama Momo. Momo es el gato de Pepe. Pepe ama a Momo." o cosa por el estilo. Quizá si los autores de literatura infantil entendieran que los niños son simplemente niños, no tontos, se lograría que los pequeños se aficionaran a la lectura. En mi caso, la magia de las letras y de los libros me capturó desde el principio, y no importa que haya entrado al mundo de la lectura por una puerta tan sin gracia como Pepe y Polita. Quizá entre los niños ahora mismo están batallando con la 44a. edición del triste libro haya algunos que se vuelvan lectoescritores, a pesar de todo.

En mi infancia leí "Mis Primeros Conocimientos". Cuando tenía como diez años, el maestrp Tuc mencionó que ningún hombre podría considerarse "culto" si no había leìdo el Quijote, así que me lo leí completo sin entender mucho, decidido a ganarme el status de hombre culto; me encantaron los libros de José Milla y las novelitas de vaqueros que encontraba en la casa. En la adolescencia vi las fotos de la Princess Lea en la revista "La Semana" y soñé con comprar la Play Boy de donde se las habían fusilado para verlas a todo color y con alta resolución, pero nunca llegué a reunir ni el dinero ni el valor para hacerlo. También leí y releí Fanny Hill, un libro entre erótico y pornográfico que alguno de mis hermanos consiguió y que pasó mucho tiempo en el baño, sirviendo de inspiración para nuestras más desaforadas fantasías, hasta que mi madre le dió una hojeada, quizá atraída por el aspecto sobrio e inocente, como de nuevo testamento, que tenía el libro, y lo desapareció para siempre. Después tuvimos que conformarnos con leer María, la famosa novela de Jorge Isaacs, con una heroína pálida y enfermiza que se muere de amor deshojando margaritas, en nada parecida a Fanny, con sus aventuras y placeres prohibidos.

Ni siquiera la comida me ha dado tantos placeres y tanta vida como la lectura. Todo lo que he leído, desde los chistes de Capulina que coleccionaba en mi infancia hasta los libros sobre complicadísimos temas de física que leo ahora, pasando por las historietas de Supehéroes, Tarzán, Chanoc, Condorito y otras peores, los libros obligados en la secundaria, la Biblia y las historias de la vida de Don Bosco, y hasta las Selecciones, me ha servido para enterarme de lo que pasa y ha pasado en el mundo, y desataron en mí ideas, pasiones, miedos, apetitos, sueños, enojos, y tantas otras cosas, que no sabría decir si la mayor parte de mi vida ha transcurrido dentro de los libros o fuera de ellos.

El asunto puede ser peligroso. Cervantes debería ser estudiado por los psiquiatras porque descubrió que uno se puede volver loco por leer libros, no sólo por los traumas sexuales de la infancia. Los profesores de física terminamos creyendo que en verdad existen las cuerdas irrompibles, las poleas sin masa, las superficies sin fricción y los caballos esféricos que habitan en los fantasiosos libros de texto. Los libros lo pueden sacar a uno de la realidad, sí, pero precisamente por eso uno puede imaginar mundos mejores y construir el futuro.

Los paleontólogos todavía andan tratando de averiguar si el Homo sapiens es inteligente porque aprendió a caminar erguido, o aprendió a caminar erguido porque es inteligente. Pero está claro que una cosa tiene que ver con la otra, y que no podríamos ser lo que somos sin despegar las patas y la barriga del suelo. Los libros nos dan alas para volar y despegarnos aún más de la realidad. Para algunos, es algo momentáneo, un viaje que les permite ver más allá y volver para cambiar la realidad. Para otros, es un viaje interminable que los lleva a explorar los rincones de eso que el resto de los mortales llamamos "locura".

Algún día les platicaré de otros libros, de los que he leído varias veces y de los que he dejado a medias, de los tesoros que no cambiaría por nada del mundo y de los que clasificaría como "literatura de inodoro", y del mundo de la lectura adonde iré a dar una vuelta en cuanto termine de escribir este párrafo.




domingo, 29 de junio de 2008

El Árbol de la Vida

En primaria me lo dijeron de la manera más simple: "los seres vivos nacen, crecen, se reproducen, y mueren". Yo, que ya había nacido pero no había crecido, y apenas soñaba con reproducirme algún día sin tener la menor idea de como hacerlo, no pensaba en la muerte como algo que me pudiera suceder a mí o a mis conocidos. Ahora que ya no soy tan joven, he crecido bastante, sobre todo a lo ancho, y descubrí cómo era el asunto de la reproducción, como que sólo me queda uno cosa por hacer...

Pero no me tiemblan las canillas por saber que me puedo morir cualquier día. Más bien me da curiosidad, como me pasaba con lo de la reproducción. Ya sé que me va a suceder, pero no sé cómo entrarle al asunto.

Es cierto que la reproducción es más atractiva que la muerte, pero al principio le tenía miedo: pensar en quedar en pelotas frente a una mujer que no fuera mi mamá sí me daba canillera. Los amigos mayores decían que las mujeres eran exigentes; yo me sentía absolutamente incapaz de igualar las hiperbólicas hazañas que ellos contaban, y siempre salía perdiendo en las comparaciones mentales que hacía cuando los oía hablar de las descomunales proporciones de sus órganos vergonzosos. Tenían más imaginación y elocuencia que habilidad para medir longitudes, pero entonces no lo sabía, y me angustiaba.

Como a todos, me llegó la época de cazar gametos del sexo opuesto (en el envase original, desde luego...). Con o sin miedo, nos pasamos años dedicados a buscar la manera de reproducirnos con el maquiavélico convencimiento de que el fin justifica los medios y que cualquier traición sería perdonada y cualquier sacrificio sería ampliamente compensado. Cuando por fin enfrentamos el reto nos damos cuenta que es un asunto natural, como hacer la digestión, dormir o comer. La sociedad nos exige aprender algunas reglas de urbanidad y buenas maneras, pero el acto mismo "lo tocamos al oído", sin partitura ni metrónomo. El organizador del espectáculo nos dejó listos, y planteó la reproducción como un placer prohibido, y no como una obligación, para estar seguro de que cumpliéramos nuestra parte. Mas de algún alucinado dice que nos reproducimos para participar en algún "gran proyecto" de población del planeta y preservación de la vida, pero yo creo que nadie se reproduce por cumplir con una obligación, sino porque el sexo es un placer y todos venimos equipados para funcionar cuando nos toque.

Me pregunto si con la muerte no será la misma cosa: se empieza por tenerle miedo, se buscan mil y una maneras de "estar preparado", o de sacarle el cuerpo, y se termina por entender que es natural y que, con miedo o sin él, todos estaremos listos para cumplir la tarea cuando llegue el momento, sólo hay que aprender a hacerlo con elegancia.

Lo difícil no es hacer lo que hay que hacer cuando llega la hora, sino el camino que hay que recorrer, los obstáculos que hay que sortear, los miedos que hay que vencer. Describir la vida de un ser humano como un caminito que va en línea más o menos recta desde el nacimiento hasta la muerte es una simplificación grosera que trivializa el proceso y lo priva de su esencia. Algo así como que le cuenten a uno una película diciéndole que primero viene el principio, luego lo de enmedio, y después el final. Nadie puede decir que esto no sea verdad, pero es una verdad trivial, vacía, aburrida. No es la forma como se debe contar la historia de una persona.

El camino desde el nacimiento hasta la muerte es, como el cuento de Borges, "un jardín de senderos que se bifurcan", confuso e inseguro. Desde el principio enfrentamos disyuntivas y tomamos decisiones. A veces somos conscientes, y a veces no, a veces uno toma la decisión, a veces la toman otros, pero de todos modos se toman decisiones y se eliminan cosas irrecuperables. Cada elección significa dejar en el camino las opciones no elegidas; cada decisión significa dejar de hacer muchas cosas. ¿En qué momento decidí no ser un pirata, un ilusionista, un relojero, un criminal o un santo? ¿Cuándo me volví lo suficientemente "maduro" para distinguir entre la realidad y los sueños? ¿De veras ha sucedido esto?

Para un recién nacido todo es posible. El futuro es incierto. Las decisiones que tome --u otros tomen en su lugar-- se encargarán de dividir el futuro en "lo que todavía es posible" y "lo que ya no es posible". Sólo hay una cosa que siempre está entre lo posible: la muerte. Para un viejo, el pasado es incierto y el futuro, seguro.

Uno inicia la vida con el saco de lo posible lleno, y el de lo imposible vacío. La vida consiste en pasar constantemente cosas de un saco al otro, y termina cuando lo único posible es morir. Como en un reloj de arena, los granitos de lo posible van cayendo a la cámara de lo imposible, sin prisas pero sin pausas. Y no se le puede dar vuelta al reloj, aunque a veces sucede que uno de los granitos que, según uno, ya había caído, se aferra tercamente y de alguna manera reaparece entre las cosas posibles cuando ya uno casi la había olvidado, como cuando Florentino Ariza por fin consiguió a Fermina Daza.

Lo interesante no es saber que uno va a llegar a eso, sino la forma como llega. Hay muchas, muchísimas formas de hacerlo. ¿Se puede planear de antemano el mejor camino? No lo creo: ninguna decisión tomada a lo largo del camino es insignificante, casi cualquier cosa puede cambiar el rumbo de una vida, planificada o no. Predecir todos los detalles del futuro es imposible, y quien afirme que puede hacerlo está hablando pajas. Está bien para las películas de ficción. Quizá cuando queden muy pocas cosas posibles y poco tiempo para volverlas imposibles, se pueda adivinar. Aunque entonces eso nos importe un rábano.

Otra cosa que me contaron en la clase de ciencias naturales es que las células se dividen en dos cuando alcanzan cierto tamaño. Cada quien por su lado, nos vemos en Siberia, vida mía, y mientras tanto ninguna de ellas sabe lo que le pasa a la otra. ¿Qué tal si al llegar a una de esas bifurcaciones de la vida nosotros también nos dividiéramos, no física, sino espiritualmente? El espíritu se iría por varios caminos a la vez, como la sangre cuando las arterias se dividen en tubitos, tubititos, tubitititos, tubitititíos cada vez más chiquitos. Todos llevan su poquito de sangre. Quizá nos vamos poniendo viejos y sintiendo cansados porque el espíritu se va dividiendo entre las ramitas, ramititas, ramitititas y ramitititías del árbol de la vida.

Surge entonces la posibilidad de las vidas paralelas, que también la ha alborotado al imaginación a más de alguno, y cosas aún más interesantes porque, a diferencia de las paralelas, que no se cruzan nunca, las ramitas de la vida podrían separarse en un punto y volverse a juntar una o varias veces más adelante. Viviríamos vidas entrelazadas, una maraña de vidas afectándose unas a otras, y uno entonces creyendo recordar cosas de otras ramas o enojado o feliz por algo que ni le ha sucedido, experimentando miedos y odios por cosas que pasaron en otros segmentos de la maraña.

Suena interesante para entender la extraordinaria complejidad de los hombres y de la historia: esquizofrenias, miedos, deja vu, sensaciones de "yo a usted lo conozco" o "siento como si ya hubiera estado aquí"; angustiantes persecusiones enmedio de los sudores fríos de una pesadilla, amaneceres plácidos en los que uno amanece feliz, como agradecido con el mundo sin saber porqué, todo sería consecuencia de cosas que pasan o han pasado en la ramazón de la vida. De repente de eso se trata el asunto del hilo de plata que funciona como una especie de cordón umbilical irrompible, que nos mantiene unidos a la vida de la colectividad muy a pesar de nuestra occidental y cacareada individualidad. Y uno como aguja, metido en la trama y la urdimbre de la vida cruzándose una y otra vez con vidas que son de uno pero no son de uno. Por algo decía mi abuelo Lalo que hay algunos que "no están en lo que están".

El asunto da para más. Por ejemplo, si la vida fuera como un gran sistema circulatorio uno entraría en ella como un vulgar glóbulo rojo, cargado de oxígeno, nutrientes y cosas buenas para ir repartiendo a lo largo del camino de los tubitos y los tubitíos, y recogiendo residuos, tristezas y dolores para volver agobiado al corazón donde lo mandarían a dar una vuelta por los pulmones para limpiarse, oxigenarse y entrar a dar otra vuelta. ¿Es eso la reencarnación? A saber.

Otro día quizá sigla platicando de esto. Hoy ya no, porque un blog es un blog, y no un libro gordo, y porque estoy con la extraña sensación de que alguien podría estar comiéndose mi almuerzo...



lunes, 23 de junio de 2008

Crónicas de Copán: El Retorno


A lo largo de la sacbé (calzada) que conduce al museo perdimos el contacto con la antigua ciudad maya. Entramos al museo a través de un túnel oscuro y húmedo, como los que seguramente tuvieron que recorrer Hunahpú e Xbalanqué cuando fueron a jugar pelota a Xibalbá [1]. En el museo todo es diferente: uno sabe que está en el siglo XXI, y que las piezas arqueológicas que está contemplando son reliquias de un pasado lejano, pero ya no tienen contacto con el suelo y con la historia: fueron arrancadas y desarraigadas del lugar en el que, quizá, su creador pensó que se quedarían para siempre. Uno se siente ajeno, intruso. Es la maldición de Indiana Jones: llevarse esas piezas y querer sacar de ellas la historia de todo un pueblo es como llevar un grifo al desierto, y esperar que salga agua al abrirlo.

En el museo hay cosas espectaculares, empezando por la réplica en tamaño natural del templo Rosalila. Aquí sí se ve bien, y hasta se puede meter uno; el de verdad está como escondido bajo el templo 16, uno entra por un túnel y al final tiene que pegar la nariz a un vidrio, como niño pobre en navidad, para medio ver un pedazo de la fachada del templo, porque lo tienen "encapsulado". Nada de tocar ni mucho menos de llevarse algún souvenir. Además del Rosalila, lo que más me llama la atención son los frontispicios y esculturas de murciélagos, guacamayas y otros animales, que van desde un naturalismo impresionante en el caso del pájaro que está comiendo pescado, sentado en la cabeza de ese dios bizco (creo que es el del Sol), hasta la representación estilizada de las guacamayas, pasando por los murciélagos con sus narices de hoja, tremendos colmillos, y generosos testículos. Ya antes habíamos visto jaguares y serpientes muy bien trabajados. Buenos escultores, que seguramente conocían en detalle la anatomía de sus modelos. Nunca he sabido cuánta zoología conocían los mayas, pero algo sabían para meter esos detalles en sus esculturas.

Para salir del museo ya no hay que atravesar el túnel. En la salida compré unas muñequitas de tuza a unas niñas chortís. Son descendientes de los mayas y malviven en los alrededores. Me han dicho que ya ni siquiera hablan chortí. Definitivamente habíamos vuelto al siglo XXI.

Ya de vuelta, y con hambre, hicimos acto de presencia en un restaurante tipo jardín que se llama "Vamos a Ver" o algo por el estilo. Buena comida y buen ambiente, y con vasos de vidrio, un tanto pequeños para mis estándares, pero mucho mejores que los despreciables vasitos deshechables. A mas de alguno se le fue la vista y la imaginación detrás de la estrella tatuada en la espalda de la mesera (allí entendimos eso de "vamos a ver"), pero sólo un ratito: ahora nos concentrábamos en la comida y en la bebida casi con el mismo interés con el que habíamos seguido la charla de Don Chepe por la mañana. Después de ver tanta piedra reseca, sentí con el primer trago que el mismísimo Dios, vestido de terciopelo, descendía por mi garganta.

Paseamos un poco. El Chino, siempre atento, aportó su granito de arena a la comunidad ayudando en la elaboración de un rótulo a unas pobres muchachas que no hallaban cómo hacerlo. Venía inspirado de las ruinas y hubiera sido capaz de tallar una estela, pero se limitó a escribir en una pizarra algo que será considerado un glifo misterioso por los arqueólogos dentro de unos 20 siglos, pero por ahora es un simple menú. Las muchachas estaban agradecidísimas. No sé en qué momento apareció Robertío, "El Rostro", con su primo. Venían de Roatán y me dió mucho gusto verlos, lástima que se perdieron la visita al parque arqueológico y las lecciones de Don Chepe.

Por la noche sólo me comí un sanguchito de pollo. Andábamos empanzados, como cautelosos, tratando de no hacer movimientos bruscos, parsimoniosos como monseñores, con la vaga sensación de que cualquier cambio de postura podría dar origen a desagradables y bochornosas flatulencias. De tal miseria nos sacó el Chaly, con unas pastillitas amarillas que describió como "gastrocinéticos" o "aceleradores gástricos" o algo así [2]. Hay que preguntarle a él. Resuelto el problema, dimos una vueltecita por el parque y dormimos como angelitos.

El domingo desayunamos güsqui. Sólo un poquito. Estábamos desayunando en el restaurante del hotel, ya habituados al lento correr del tiempo en las tierras copanecas, cuando alguien apareció con una botella diciendo que no había porqué seguir rutinas de mulas de ranchería, si era domingo y no trabajaríamos hasta el lunes, y además teníamos que despedirnos de Copán con el debido respeto. Ante tan contundentes argumentos, me eché "el del estribo" antes de iniciar el retorno a Tegucigalpa, a mi casa, mi familia y mi vida. Y aquí estoy, terminando estas crónicas y con muchas ganas de hacer otro viajecito, aunque sea a la misma ciudad y con la misma gente.

Referencias /Créditos
[1] POPOL VUH, versión de Fray Francisco Ximénez, 3a. edición, Editorial Artemis-Edinter, Guatemala, 2007.
Portade del Popol Vuh: Las Aventuras de Hunahpú e Ixbalanqué. Tinta de Roberto Cabrera Padilla (1981)
[2] Las pastillitas amarillas fueron cortesía de Donovan Werke.

jueves, 19 de junio de 2008

El Destino de Macario

El Oso Guardiola me contó la historia de Macario. La degusté con sorbos de Zacapa Centenario, y pensé que es el tipo de historia que la Nía Nena contaría en sus cartas a su comadre, la Nía Toya. Por eso la transcribo en forma epistolar

Querida Comadre:

Le escribo porque me siento triste. Siempre estoy así desde que mi amado esposo Salvador, que Dios lo tenga en su gloria, me dejó.

Cuando los mozos se van, por la tarde, me quedo sola con el Marimba, un chucho costilludo que siempre andaba con el difunto Salvador, que de Dios goce, y ahora siempre anda conmigo. Algunas veces, por la noche, sale al patio y aúlla con gran sentimiento, ha de ser cierto que los chuchos pueden ver a los difuntos. También están los animales del corral, pero el único que se ve triste es el Alacrán, que era el caballo del finado. Le puso ese nombre porque dijo que así es como los árabes llaman a los caballos finos, sobre todo a los que son negros y brillantes como los alacranes de verdad. Eso fue antes de que viniera aquel maestro de la capital a decirle que el nombre correcto era "Alazán". ¿Se acuerda del maestro? Pobrecito, nunca se supo de él después de la feria. Dicen que era muy bromista, y la gente de aquí no entiende de bromas ni de payasadas. Que Dios lo tenga en su seno, junto a mi Salvador.

Pues una tarde, tratando da ahuyentar la tristeza, me fui a pescar a la poza honda montada en el Alacrán. El Marimba iba delante, moviendo la cola y olfateando, moviendo la cabeza como si estuviera escribiendo algo en el aire con la nariz. Viera qué lástima me dió la pobre lombriz, cómo se retorcía para salvarse del anzuelo, pero al fin la metí y tiré el sedal con su plomo y su corcho, enmedio de la poza, como me enseñó el pobre Salvador, que descanse en paz. Allí estuve un buen rato sin que pasara nada, hasta que sentí un jalón que hasta hundió el corcho; esperé que el sedal se pusiera bien tilinte, y de un sólo tirón saqué sedal, corcho, plomo, anzuelo y pescado.

Era un pescadito chiquito y como transparente, que más que hambre daba lástima. Para qué se va a comer uno un charalito como ese. Lo destrabé del anzuelo y lo iba a tirar a la poza, pero pensé que los otros pescados se iban a burlar de él si lo miraban regresar derrotado, iban a decirle que no servía ni para sopa. Se lo iba a dar al Marimba pero me dió lástima pensar en el pescadito todo masticado por los grandes colmillos del chucho, así que boté el lodo con las lombrices, lavé la cubeta y la llené de agua limpia para llevarme al pescadito a la casa. Ahora el agua de la poza es limpia. Usté, como no ha venido desde hace tanto tiempo culpa del Federico, ese su marido tan antisocial que se consiguió, que sólo pasa encerrado en la casa y ni suiquiera la deja salir a usté, no se dió cuenta cuando pusieron el agua en el pueblo. Ahora la gente ya no viene a bañarse al río y ya no se ven aquellas natas de espuma con mugre que se miraban antes. El agua es limpia y hasta se puede meter una sin miedo a que se le pegue alguna enfermedad.

Al pescadito lo llamé Macario, como mi abuelo. Siempre hay que ponerle nombre a los animalitos que viven con uno, aunque no sean cristianos. Ya cuando viven con uno es como si tuvieran alma, pues, y ni modo que los va a dejar sin bautizar. Lo eché en el abrevadero donde toman agua las vacas, y viera como prosperó. Al poco tiempo ya se oía desde la casa ¡chuplús! cuando saltaba y volvía a caer al agua.

Un día tuve que salir corriendo por un relajo que tenían las vacas en el corral. Macario había caído fuera del abrevadero y estaba retorciéndose en el suelo, como tratando de saltar, o de caminar, abriendo la boca como que si el doctor le hubiera dicho que dijera ¡Aaaaa! para verle las amígdalas. Lo agarré de la cola y lo tiré de regreso al agua. ¡Dios mío!, pensé, suficiente tengo con que se haya muerto el finado Salvador, que disfrute de la paz celestial, como para estar además cuidando pescados que se salen del agua. Menos mal que el Marimba estaba dormido, desvelado por haber aullado toda la noche, porque si no quién sabe qué hubiera sido de Macario.

Unos días después, el alboroto fue en el gallinero. No sé ni como, Macario había llegado allí y andaba dando brincos mientras las gallinas corrían en todas direcciones. Lo agarré otra vez de la cola y le grité: ¡Usté es animal de agua, no tiene nada que andar haciendo en el gallinero! Y usté va a creer que me estoy volviendo loca, comadre, pero yo sentí que se enojó y estaba como apretando los dientes de la cólera, y cuando me acerqué al abrevadero se me soltó y se tiró al agua y ni me volteó a ver.

Se estuvo unos días escondido bajo el agua, como avergonzado. Ya no saltaba y no se oía el ¡chuplús! de sus caídas, pero después volvió a las andadas, con la diferencia que ahora se regresaba solo, aprendió a empujarse con la cola y de un salto se metía de regreso al abrevadero cuando me veía venir. Poco a poco pasaba más tiempo en la tierra; yo no sé cómo hacía para respirar pero se salía a dar sus vueltas caminando a brinquitos, como esas inditas que se ponen muy apretado el corte y no pueden ni mover los pies, quedan como sirenas y caminan dando saltitos, pues así caminaba Macario.

Cada vez iba más lejos y un buen día se apareció por el corredor de la casa con sus brinquitos de indita. Por poquito se lo come el Marimba porque Macario se acercó mucho a su plato. Por suerte yo andaba con la escoba en la mano y le dí un par de macanazos al Marimba, que desde entonces quedó como torcido y con la trompa para abajo, ya no escribe cosas en el aire cuando olfatea, ahora parece que hiciera dibujos en el suelo. El Marimba no volvió a ser el mismo. Andaba todo el tiempo como resentido y celoso, pobre, y Macario empezó a pasar más tiempo en la casa. A veces lo miraba dando brinquitos, a veces me lo encontraba dormido en la alfombra o en los sillones, y el Marimba le gruñía y le pelaba los dientes, pero nunca lo atacó otra vez. Yo hasta le agarré cariño a Macario y me hacía falta verlo cuando andaba de visita por el corral o por el gallinero.

Y un buen día se me ocurrió ir a pescar de nuevo. Me fui montada en el Alacrán, Macario iba delante dando brinquitos, y el Marimba venia detrás gruñendo y haciendo dibujos en el piso con la nariz. Cuando llegamos a la poza cambié de idea. Imagínese qué iba a pensar Macario al verme torturando y matando pescados, así que pensé que, como el agua de la poza seguía bien limpia, mejor nos íbamos a bañar. Dejamos al Alacrán amarrado a un palo, cuidando las cosas y la ropa, y nos pusimos en la orilla listos para tirarnos al agua, Macario a mi derecha y el Marimba a mi izquierda. ¡Uno, dos, y treeees!, nos tiramos al agua y se oyó un sólo ¡chuplús!.

Y ahora estoy triste, tristísima, peor que cuando enterramos al finado Salvador, que el Señor lo esté alimentando en el banquete divino.

Macario se ahogó.

martes, 10 de junio de 2008

Crónicas de Copán: La Ciudad de 18-Conejo


La última fecha grabada en Copán corresponde al año 822. Más de mil años de abandono han deteriorado la ciudad, pero todavía se le nota la grandeza. Uno trata de imaginarse cómo eran los templos antes de que los árboles los rajaran con sus raíces; se pregunta qué se oía cuando la plaza se llenaba de gente, de qué hablaban, a qué olía todo aquello. ¿En qué momento los habitantes de Copán comprendieron que todo estaba perdido y se largaron? ¿Para dónde se fueron y porqué? Talvez todo esto estaba escrito en los códices que quemó aquel cura loco, Fray Diego de Landa, talvez no. Ahora lo que queda es la piedra, los huesos, y los descendientes humillados y desgastados por cinco siglos de colonización, los "inditos" de ahora, muy poco parecidos a los grandes reyes que aparecen retratados en las estelas. ¿Sabrán cosas que hasta los más destacados arqueólogos del mundo maya ignoran?

Décadas de estudio han producido algunas respuestas, acumuladas en libros, revistas, y otros medios que nosotros, que ni siquiera habíamos leído la Guía para el Joven Visitante de la señora de Agurcia [1], desconocemos. Nuestra única esperanza de salir de las dudas era, en ese momento, Don Chepe León.

Don Chepe empezó por mostrarnos los estragos que los árboles hicieron a las estructuras, y nos contó que hace casi dos siglos John Lloyd Stephens compró el sitio arqueológico por $ 50.00 (parece que el precio era $ 49.95, pero no había monedas para darle el vuelto), y cómo diversas instituciones como el Museo Peabody (Harvard), la Institución Carnegie y la Universidad de Pennsylvania enviaron a sus Indiana Jones a buscar y "rescatar" cuanta cosa tuviera algún valor arqueológico. Pero a pesar de eso han hecho un buen trabajo de estudio y restauración, algo que quizá nosotros nunca hubiéramos empezado.

Después fuimos a la Acrópolis, vimos al rey mono y el altar Q, donde están representados los 16 gobernantes, o reyes, de la dinastía copaneca, desde el K'inich Yax K'uk' Mo' hasta Yax Pasaj Chan Yoaat que fue el que mandó a hacer el adornito allá por el año 775, pasando por el célebre Waxaclahun Ub'ah K'awil (18-Conejo, el 13avo gobernante). Como por más que Dante Liano trató de enseñarnos, nunca aprendimos a pronunciar esas letras con apóstrofe, que se dicen como "para adentro", mejor usamos los nombres traducidos que son más fáciles y divertidos, como "Humo Jaguar", el papá de 18-Conejo, "Humo Mono", "Humo Caracol", "Cabeza de Petate", "Madrugada", etc.

Siempre estuvimos interesadísimos oyendo las explicaciones, aunque por momentos alguna belleza natural distrajo la atención de los muchachos, que dejaron a Don Chepe hablando solo. Fue sólo un instante, de verdad...

Vimos desde lejos un sector al que llaman "El Cementerio", porque parece que allí encontraron un montón de esqueletos, pero ahora se sabe que era la residencia de Yax Pasaj, su familia y sus allegados. Entre otras cosas, encontraron muchos residuos (basura, pues), y aunque aquí se diga que se ha visto muertos acarrear basura, lo cierto es que son los vivos los que la producen. Por eso sabemos esa gente no sólo fue enterrada, sino que vivió allí.

Después vino la parte dura: las gradas para subir primero al patio oriental, que es de lo más intersante porque está rodeado por los templos 22, 18 y 16 (que es el que está encima del templo Rosalila), el trono-jaguar, el jaguar danzante, el Dios Sol y la Casa del Pueblo (Popol Nah) que tiene una fachada con aspecto de petate. Ya para enconces andábamos un poco dispersos: los aplicados se habían adelantado con Don Chepe, y los de atrás mostraban una marcada tendencia a quedarse sentados entre los colmillos de la serpiente gigante del templo 22, tomando el antídoto donado por el misterioso hombre del sombrero por si los picaba el animal. Además necesitábamos renovar las fuerzas y el valor para subir al templo 11, el más alto de Copán.

El premio por subir es una vista espectacular del patio central, donde están el juego de pelota, la escalinata de los geroglíficos, y el conjunto de estelas que Linda Schele llamó "El Bosque de Reyes". Al bajar al patio central nos encontramos a los aplicados sentados bajo un árbol. No por cansancio, sino porque nos estaban esperando para que siguiéramos el tour juntos.


Vimos la escalinata de los jeroglíficos, obra del 15avo gobernante, a la que desafortunadamente le falta una grada que se la llevo alguno del los Indiana Jones, y tiene otro montón de gradas en desorden. Nos contó Don Chepe que hay un grupo de arqueólogos tratando de reorganizar la escalinata, a ver si lo logran antes de que se borre, porque aunque le pusieron un toldo verde para protegerla de la lluvia, el tal toldo funciona como túnel de viento y ahora es el viento el que está arruinando las gradas.

Muchas de las estelas del "bosque de reyes" fueron hechas durante el gobierno de Humo Jaguar y, sobre todo, el de su hijo 18-Conejo [2]. Camino al tal bosque nos sentamos otro ratito; ya teníamos un par de horas en esta ciudad, el Sol estaba en lo alto, y los años no pasan en vano... y como ya estábamos en confianza, nos pusimos a preguntarle a Don Chepe sobre su vida. Resulta que tiene 27 hijos: 5 antes de casarse, 20 en el primer matrimonio, y 2 en el segundo, y dijo que él "todavía...", así que concluimos que es más conejo que 18-Conejo y que bien podría llamarse 27-Conejo.

Uno podría pasar más tiempo viendo los detalles de las estelas; la escultura es muy buena, y si hubiéramos visto a tiempo el DVD que mandó el Tio Laga, quizá hubiéramos tenido una idea más clara de cómo es que se leen las fechas y otro montón de cosas en esas grandes piedras labradas, que por cierto en maya se llaman "tetuntes". Don Chepe nos mostró con la pluma de guacamaya de la punta de una caña que le sirve como señalador un glifo donde se ven claramente tres rayas y tres puntitos (18) y la cabeza de un animal no muy amigable que, dicen, es un conejo, para que nos convenciéramos de que todo eso tiene significado. Claro que estamos convencidos, pero en este asunto de los glifos somos analfabetos ¿o "aglíficos"?. Además, ya estábamos cansados, así que emprendimos el retorno al siglo XXI, llevando en nuestras cabezas el pensamiento de Ricardo Agurcia [3]
En mi mente, Copán es una simfonía de piedras y de árboles, grises y verdes, cuadrados y redondos. Sus suntuosas plazas y elegantes edificios crean espacios que proyectan armonía y que traen a la mente paz y tranquilidad. Este es un lugar donde convergen el espíritu y la ciencia con primorosa majestuosidad.

Ricardo Agurcia Fasquelle

Referencias
[1] Agurcia, María Amalia de, COPÁN: Una Breve Historia y Guía para el Joven Visitante, Ed. Transamérica, Honduras, 2001.
[2] Agurcia, R. & Fash, W., Historia Escrita en Piedra, Guía al Parque Arqueológico de las Ruinas de Copán, 4a. edición, Centro Editorial SRL, San Pedro Sula, 2005.
[3] Agurcia, R., Copán, Reino del Sol, Ed. Transamérica, Honduras, 2007.

Crónicas de Copán: La Llegada al Parque Arqueológico



No crean que vinimos sólo a beber, de ninguna manera. Copán es un sitio importantísimo dentro del mundo maya, y aunque no tiene estructuras colosales como las de Tikal, sus esculturas, estelas y detalles arquitectónicos son de mejor calidad que las de muchas ciudades mayas. Es una lástima que muchos guatemaltecos no vengan, o sólo pasen de largo cuando van de parranda a Roatán. Pero nosotros no somos de esos. El sábado 24 de mayo, fecha en la que los alumnos salesianos celebran "la flor", visitamos el parque arqueológico y los museos.

El plan era llegar temprano para evitar el sol de mediodía, pero estábamos de vacaciones como latinos, no como alemanes: nada de relojes despertadores ni horarios rígidos. Nos levantamos cuando el cuerpo lo pidió, aunque a más de alguno sí hubo que sabanearlo para que no nos cayera la noche metidos en el hotel. Durante el desayuno, los muchachos descubrieron que el tiempo en Copán transcurre más despacio que en las grandes ciudades. Aquí las cosas suceden cuando suceden, no antes ni después. Parte de las vacaciones consistió en olvidar por unos días la muy moderna neurosis del segundero y acoplarse a la parsimonia copaneca, tomarse el café con calma, bien platicado, y hacer una buena sobremesa.

A la hora de salir faltaba gente. Los muchachos habían descubierto una tienda duty free donde el güisqui salía barato. Andaban reabasteciendo la reserva, y comprando un poco más para llevar de recuerdo a Guatemala. Cuando nosotros pasamos por la tienda, ya no había güisqui del bueno. Nos dijeron que un señor con un sombrero que le daba aspecto de clavo de lámina se lo había llevado todo. Pero como uno no le pide a Dios que le dé, sino que lo ponga donde hay, no tuvimos que pasar sed, gracias a la generosidad del misterioso hombre del sombrero.

Llegamos al parque arqueológico a media mañana. Contratamos como guía a Don Chepe León. Según René Viel, un arqueólogo francés con quien nos encontramos al entrar, Don Chepe nos iba a contar las más originales fantasías sobre la historia de los mayas. Ciertamente lo que nos contó Don Chepe estuvo ameno, lo que no sabemos es si es verdad. Algo aprendimos de nuestro guía, quien por razones de las que les hablaré más adelante merecería llamarse "27-Conejo", parecido al célebre "18-Conejo", treceavo gobernante en la dinastía de Copán. Don Chepe sabía, por ejemplo, que el fundador de la dinastía copaneca, el Kinich Ahau Yax K'uk Mo, nació en Tikal, pero no sabía --y con eso me puse yo a presumir-- que eso lo averiguaron unos físicos, analizando el contenido de un isótopo de estroncio en el esmalte de un diente de Yax K'uk Mo [1], que apareció en la portada de Physics Today en enero de 2004. Yo por eso le digo a mis hijos que se laven bien los dientes, no sea que dentro de unos cuantos miles de años los saquen en la portada de alguna revista.

Poco antes del mediodía nos metimos en esa especie de túnel del tiempo que es la calzada que conduce a las ruinas de Copán. Retrocedimos hasta la época de oro de Copán, allá por el siglo VIII. Lo malo fue que este proceso no nos rejuveneció, lo bueno que tampoco le quitó el añejamiento al güisqui.

Referencias
[1]Day, C., Physics Today 57(1), 20, 2004.

lunes, 9 de junio de 2008

Crónicas de Copán: el Primer Día



Hace un par de semanas, días más días menos, visitamos las ruinas de Copán con algunos amigos. Paseamos un poco por el pueblo, que es pequeño pero encantador, fuimos al parque arqueológico y a los museos, comimos y bebimos, nos pusimos malos y volvimos a ponernos buenos, platicamos y reímos, todo eso en sólo un par de días. Nadie puede decir que perdimos el tiempo.

El Chino Zamboni organizó las cosas en Guatemala, y el viernes 23 de mayo, poco después del mediodía, llegaron a Copán el Rana, el Chaly, el Marciano, el Mudo, el Bigotes, el Q-lón, el Pichi, el Chino, el General Pérez y el chafa Godoy en un bus con aire acondicionado y hielera extra large. Yo, que viajé desde Tegucigalpa, llegué por la tarde, cuando ya los muchachos venían de regreso de las Carninas Nía Lola, y antes de tomar posesión de mi cuarto ya me habían servido un buen trago y no tardaron en aparecer sobre la mesa los restos de los chicharrones y las carnitas que también vineron en el bus. Allí, a la orilla de algo que no se sabe si es una piscina subdesarrolada o un jacuzzi sobrealimentado, pasamos las primeras horas de nuestro encuentro. ¿Cómo contar aquí la enorme alegría que sentí al ver a estos viejos amigos? No lo sé, pero créanme que me sentí feliz.

Nos tomamos unos buenos tragos de güisqui, ron blanco y ron canche mientras nos poníamos al día. A mí no me gusta beber en esos vasitos deshechables de plástico, blancos, por muchas razones: se produce mucha basura, porque la gente tiende a estrenar vaso cada vez que se les termina el trago o que lo dejan abandonado por allí sin poder reconocerlo después. Además, a mí me gustan los tragos en vaso grande, con mucho hielo, no en esos vasos microscópicos en los que si cabe el hielo no cabe el guaro, y si cabe el guaro no cabe el mezclador. Y para colmo, esos vasos huelen mal, no dejan que se mire el trago ni producen el ¡tilín! de las copas al chocar, con lo que se excluyen tres sentidos, la vista, el olfato y el oído, del placer de beber. Intolerable. Pero tampoco vamos a dejar de beber por esos detalles.

Por la noche salimos a buscar comida y fuimos a dar a la periferia de Copán Ruinas, la "zona roja" que concentra, afortunadamente lejos del centro, la bulla discotequera y el chupa-turismo de los viajeros que, vayan a donde vayan, hacen lo mismo que harían a unas cuadras de su casa: buscar el ruido y el relajo, o producirlos. Cuando el cansancio del viaje y los leves excesos en la comida y la bebida empezaron a hacer mella, nos fuimos a dormir. Ni siquiera intentamos ver la documental, sobre cómo se descifraron los glifos mayas, que Mario Blanco nos mandó desde California.

jueves, 5 de junio de 2008

El Gigante Verde

No sé ni cuándo ni cómo terminé inscrito en un servicio de internet que se llama Tickle, ni estoy muy seguro de qué se trata exactamente, y menos de qué viven. Lo cierto es que cada cierto tiempo le mandan a uno baterías de preguntas que, se supone, sirven para saber si uno está contento con su trabajo, si es racista, si tiene estabilidad emocional, etc.

Esta semana mandaron uno para medir el "IQ verde" de las personas, lo que podríamos llamar su inteligencia ecológica, el conjunto de conocimientos, destrezas y actitudes que habilitaría a una persona para reducir su impacto ecológico y ser más amigable con el ambiente y, por tanto, con los congéneres.

Y el resultado fue que soy un "Gigante Verde", pero no como Hulk, sino como el de las latas de arvejas, espárragos, maíces dulces o verduras mixtas. De acuerdo al cuestionario, tengo una inteligencia ecológica bien desarrollada. Esto tiene toda una serie de implicaciones:

Primera, le da un empujón a mi autoestima, porque siento que de alguna manera "me puse al día" puesto que ni yo ni mis coetáneos fuimos educados con mentalidad ambientalista, ecologista, ni nada que se le parezca. Nuestra relación con la naturaleza estaba definida por las siguientes
Reglas para relacionarse con su entorno natural
  1. Si se topa con un animal pequeño e inofensivo, como una cucaracha o una lagartija, mátelo.
  2. Si se topa con un animal grande y/o peligroso, como un león, una culebra venenosa, un sapo lechoso o un gusano de calentura, no lo toque (pero, si puede, mátelo.)
  3. Si se topa con cualquier otra cosa dentro de la naturaleza, haga lo que se le dé la gana. El hombre es el rey de la creación.
Estábamos convencidos de que los pájaros, las ardillas, los micos, las lagartijas, y cualquier otro animal que anduviera por el aire, los árboles, el suelo, o debajo de él, había sido creado para que nosotros lo apedreáramos, y si yo no maté nunca un animal con la honda no fue porque me faltaran ganas, sino porque me faltó puntería. Mi status de gigante verde significa que he superado esta mentalidad. Ya no pienso, como mucha de la gente que conozco, que los animales, las plantas y el ambiente son "sacrificables" en aras de un supuesto "progreso" consistente en urbanizar y pavimentar el mundo, erradicar cualquier ser vivo que ose andar por los alrededores (excepto los hijos y las mascotas, tan lindos), y vivir entre metales, vidrios y cosas electrónicas.

Segunda, me preocupa no saber qué es lo que tiene que hacer un gigante verde para justificar semejante status. Uno ve que los activistas de Green Peace hacen cosas verdaderamente temerarias, como encadenarse a las hélices de los barcos destinados a botar basura en el Golfo de Cádiz, volar en globo sobre los sitios en los que se sospecha que gobiernos ecológicamente malcriados --como el de Francia-- pretenden realizar pruebas nucleares, o meterse entre los balleneros japoneses y las ballenas en minúsculas balsas para estorbar la cacería de los cetáceos. Pero yo no puedo hacer eso, sobre todo lo último, porque quién sabe si la balsa me aguantaría, y además podrían confundirme con la ballena y hacer un tiro directo. Yo estoy registrado en Green Peace como un humilde ciberactivista, alguien que gasta sus ojos y sus neuronas frente al computador distribuyendo información importante en vez de re-enviar a ciegas empalagosas presentaciones de powerpoint con pajaritos y atardeceres, que primero te desean lo mejor y después te amenazan feamente y te dicen que si no le mandás el mensaje a no se cuántas personas en los próximos 10 segundos, se te va a morir la mascota o se te van a caer los dientes o te va a pasar alguna cosa horrenda. Pero yo no sé si ser ciberactivista es suficiente para ser todo un gigante verde.

Y tercera, que necesito saber si hay otros gigantes verdes por los alrededores, para ponernos de acuerdo y emprender alguna acción concreta, que haga un cambio importante para mejorar, o por lo menos no empeorar, el ambiente en el que vivimos. Si ven alguno, por favor me avisan...

domingo, 1 de junio de 2008

José Fernando Velásquez Carrera, In Memoriam

A Fernando Velásquez Carrera,
que pensaba demasiado...

Desperté sin creerlo. Me dijeron que habías muerto, pero quise creer que todo fue sólo un mal sueño. La noticia estaba allí, pero quise creer que era un engaño, un juego, una broma, un malentendido... y que cuando todo se aclarara íbamos a reírnos del asunto.

Y no quiero creer que todo se haya derrumbado, que ahora sos nada más un recuerdo. No quiero ir a buscarte para platicar con una lápida, una piedra, la nada, el vacío. No quiero llorar por vos, porque no quiero que estés muerto.

Sin embargo, poco a poco, he ido comprendiendo. Aún no he visto tu casa vacía, tu guitarra huérfana, tus anteojos puestos por allí, olvidados para siempre sobre el cerro de libros que ya no vas a leer, ni quiero creer que eso sea lo único que queda de tu alegría. Pero los amigos me aseguran que es cierto.

Te dolía demasiado la vida. Eran una misma cosa, la vida y el dolor. No pudiste separarlas, y ahora que te has ido, nos dejaste el dolor, pero también nos dejaste la vida. Oigo las zambas que tanto te gustaban y revivo las alegrías y las tristezas de los momentos compartidos. Y quisiera poder cantarte, como en aquella zamba:

No sé si ya lo sabrás: Lloré cuando vos te fuiste...
Pero yo no sé cantar como vos lo hacías. ¡Cómo me vas a hacer falta, querido amigo!

Siento la fuerza con la que tocabas la guitarra y te imagino ahora tocando y cantando con las personas que amabas, más allá de la muerte, más allá de la vida, más allá del dolor.

Tal vez algún día este país ingrato se entere de lo mucho que lo quisiste y de lo mucho que hemos perdido. Tal vez los que nunca notaron tu presencia puedan notar tu ausencia, ahora que esas cosas ya no te importan.

Tal vez algún día nos encontremos de nuevo. Descansá, mientras tanto, porque vamos a tener mucho de que platicar.

jueves, 29 de mayo de 2008

Un Poema de Roque Dalton

Yo no leo muchos poemas. Waldina es la poeta de la casa. Sí, la poeta; ahora ya no se les puede llamar "poetisas" como antes, porque dicen que usar este término, que es como una declinación de "poeta" implica reconocer la superioridad de los varones. Ahora hay que ser cuidadosísimo con lo que se dice y lo que se escribe, no lo vayan a acusar a uno de machista por no poner cosas como "las compañeras y los compañeros". Hasta he estado tentado de decirle a mis estudiantes que nosotros estudiamos las leyes y los leyos de la naturaleza y el naturalezo, no vaya a ser que esta vez me acusen de hembrista.

Por cierto, para los que insisten en escribir "el hombre y la mujer", les cuento la palabra "hombre" no tiene género, por lo menos según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.



Pero lo que yo les quería contar es que, aunque yo no soy poetiso, tengo mi corazoncito y mi sensibilidad, a veces ocultos muy en lo profundo porque, al fin y al cabo, los machos no lloran y si uno se pone muy encaramelado con la poesía alguien puede pensar mal, y de vez en cuando me emociono hasta las lágrimas y no sería raro que con el tiempo me convietiera en un viejo llorón, aunque a estas alturas parece más probable que me convierta en un viejo gruñón.

Ya me salí del tema otra vez. Ahora sí: hay un poema de Roque Dalton que me gusta mucho. Nunca he sabido cuál es el título, aunque sospecho que podría ser "Cuando Sepas que he Muerto". Alguien le puso música, y me parece que la cantaba Eugenia León. Aquí les va el poema, y si algún día encuentro la versión cantada en alguno de los cassettes de aquellos tiempos, les cuento.


Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrían la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto dí sílabas extrañas
pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras
tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

domingo, 18 de mayo de 2008

Terminó la Huelga de Hambre

A mediados de esta semana, los fiscales del Ministerio Público y un montón de gente que se les había unido, decidieron terminar la huelga de hambre que duró poco más de un mes. Y yo feliz, porque Waldina fue una de las personas que se unieron a la huelga, aunque *sólo* como por tres semanas.

Pero las cosas no han vuelto a la normalidad. El objetivo perseguido, ni más ni menos que el castigo para los corruptos que tienen jodido al país y la desaparición de las "fuerzas fácticas", grupitos privilegiados que ejercen el poder y se apropian de los bienes comunes a través de una red de "conectes", compadrazgos, influencias, favores y deudas políticas, es algo que va a tomar mucho más de un mes.

Lo bueno es que se logró, por lo menos, cambiar la ley que hacía intocables al fiscal general y al fiscal adjunto. Ahora se les puede investigar, juzgar, condenar y destituir si les demuestran que las movidas de las que se les acusa son ciertas. Falta ver si de veras, ahora que empezaron a llover las demandas, el Congreso las toma en serio y hace valer la nueva ley.

Pero lo curioso, y hasta contradictorio, es que la ley que concedía inmunidad a los fiscales y a otros funcionarios estaba allí precisamente para que ellos pudieran acusar y perseguir a los corruptos y delincuentes sin temer una destitución como represalia por cumplir con su deber. Y si algunos fiscales no acusan a los bandidos por ser parte de ellos, o por recibir un sueldo, y otros no lo hacen por miedo de contrademandas y destituciones, no vemos la salida.

Uno tiene que darse cuenta que, a la larga, el problema es aún más grande de lo que parece, porque está arraigado en el deterioro moral en el que nuestras sociedades se han venido sumergiendo desde hace décadas de manera imperceptible pero inexorable.

De pronto nos damos cuenta de que nadie acusa a nadie porque todos tienen --como se dice en Honduras-- cola que les pisen. Y a fulanito no se le puede tocar porque es pariente de no se quién, a menganito porque está apadrinado por no se qué sindicato, a zutanito porque dice que tiene un sobrino que es policía, y a perencejo tampoco porque de todos modos las acusaciones no tienen consecuencias porque siempre se puede compara a alguien para que le haga el favor de engavetar el trámite, torcer las evidencias, conseguir testigos falsos o amenazar a quien se ponga en el camino.

Martin Luther King dijo que el problema no es lo que hacen los malos sino lo que dejamos de hacer los buenos. Una de las tantas consignas que aparecieron en el transcurso de la huelga de hambre y todos los movimientos y marchas de apoyo que hubo, decía algo así como "todavía los buenos somos más que los malos en este país". Ojalá, porque si no la cosa se pone color de hormiga.

Decía mi compadre Chac que si el objetivo de las cárceles es mantener separados a los buenos de los malos, sería más práctico encerrar a los buenos, que como son pocos, estarían cómodos dentro de las cárceles, sin temor a ser asaltados o asesinados, y dejar a los bandidos fuera. Un poco como lo que pasó en la edad media, cuando las ciudades se amurallaron y cerraban la puerta en la noche, dejando el resto del territorio a los salteadores de caminos, vándalos y similares. Lo que los de adentro nunca dijeron --concedamos el beneficio de la duda suponiendo que no lo sabían-- es que los más bandidos ya estaban dentro, habían lavado sus fortunas y se habían convertido en personas honorables, que es el status que adquieren aquí los que logran robar suficiente dinero y vivir suficiente tiempo para que se olvide el origen de sus riquezas, embarrando de paso a los que sí son honorables.

Uno empieza a sospechar que de repente uno también es de los malos, que todos somos malos, que hay algún gen que nos hace particularmente cabrones, por algo el Homo sapiens es la única especie sobreviviente en el género Homo. No se sabe a ciencia cierta, pero puede ser que nosotros hayamos despachado al Homo ergaster, al afarensis, al habilis y a todos esos otros que ahora no son más que fragmentos de calaveras, mandíbulas, fémures y otros huesos regados a lo ancho y largo de África y otros sitios del mundo antiguo.

¿Qué tal que lo que haya sucedido es que pasó ya tanto tiempo como para que los detalles se hayan olvidado y nos convertimos en una especie honorable? Nos vamos a terminar de joder, porque poner un malo bajo el cuidado de otro más malo no puede producir nada bueno, aunque los matemáticos sigan diciendo eso de que "menos por menos da más". Tendríamos que conseguir alguien que vigile al malo, otro que vigile al vigilante, y otro que vigile al que vigila al vigilante. Y eso ya lo había dicho Juvenal, pero como el no tenía blog ni hablaba español, lo dijo de manera elegantísima, en latín:
Quis custodiet ipsos custodies?
Es decir, ¿Quién vigila a los vigilantes? Si no hay suficiente gente buena, la cosa es grave. Y lo peor es que uno empieza a sentirse inseguro y no sabe si es de los buenos o de los malos, o si cree que es bueno simplemente porque no ha tenido oportunidad de meter las uñas en alguna movida. No puede llamarse virtuoso al que se mantiene virgen sólo porque es tan desagradable que nadie le hace caso...

La huelga de hambre ha tenido otro logro, más sutil y menos visible que el cambio en las leyes, pero quizá más duradero e importante: los buenos se han empezado a conocer entre sí. Se fueron juntando, aguantaron tantos días sin comer porque se apoyaban mutuamente, y ahora se mandan por correo electrónico y por otros medios mensajes en los que se dan ánimo unos y otros. Hasta yo me siento animado a abandonar un poquito mi cómoda burbuja de asalariado de clase media y escribir estas cosas, ya me estoy convenciendo de que no tengo porqué aguantar que una pandilla de corruptos encorbatados nos roben el presente y el futuro, a nosotros y a nuestros hijos, mientras le echan la culpa de nuestros males a la globalización, el TLC, el terrorismo o cualquier palabra que suene adecuada para ponérsela de etiqueta a los malos.

Huelga de hambre no voy a hacer, eso no, porque también hay que hacerle caso a Sócrates con aquello de "conócete a tí mismo". Los que somos débiles por la comida comprendemos porqué Esaú cambió la primogenitura por un plato de lentejas y no debemos arriesgarnos a vender un movimiento y de paso venderle el alma al diablo cuando, después de un par de días sin comer, nos pasen un chicharrón por las narices.

Pero aunque yo no haga huelga de hambre, no quiero ser del equipo de los malos. ¿Usted sí?

martes, 13 de mayo de 2008

La Ciencia de la Incertidumbre (parte 2)

Ir a la parte 1 de La Ciencia de la Incertidumbre

La Ruleta Francesa


Muchos creen, hasta la fecha, que saber matemática y mecánica ayuda a ganar en los juegos de azar como los dados, los naipes y la ruleta. Si eso fuera cierto, algunos de nosotros seríamos ricos desde hacer muchos años. Pero qué va. Los hombres sabios, como Laplace, que seguramente necesitaban distraerse de vez en cuando, dar una vuelta por alguna cantina cercana, tomarse un vinito, darle un pellizco a la mesera y ¿porqué no? jugar y apostar unas monedas, descubrieron que por alguna razón la mecánica de Newton, con toda su perfección, era incapaz de predecir qué número va a salir en los dados, o en qué número caerá la pelotita de la ruleta.

El mismo Laplace, que escribió un tratado de mecánica celeste en 5 volúmenes, eacribió dos volúmenes más sobre teoría de probabilidades tratando de predecir el comportamiento de un sistema tan "simple" como un par de dados. Estas "teorías de juegos" permiten hacer estimaciones y adivinanzas educadas sobre lo que ocurre en procesos aleatorios, para los que no hay reglas.

Pero no queda claro porqué algo como la pelotita de la ruleta, que da varios rebotes en una rueda que gira, podría mostrar un comportamiento aleatorio, si los rebotes obedecen reglas conocidas. Uno supone que si se usan las leyes de la mecánica para ir analizando los rebotes uno tras otro, al final debería saber exactamente dónde va a caer la pelotita. Pero en la práctica no funciona.

Hacia finales del siglo XIX, H. Poincaré dio con la clave [1]:
Una causa pequeñísima, que se nos escapa, determina un efecto considerable que no podemos dejar de ver, y entonces afirmamos que este efecto es debido al azar. Si conociésemos exactamente las leyes de la naturaleza y la situación del universo en el instante inicial, podríamos predecir la situación de este mismo universo en un instante posterior.
H. Poincaré

Pero esto significa, ni más ni menos, que en un mundo lleno de causas pequeñísimas, indetectables, habrá cosas que la mecánica de Newton no podrá predecir, puesto que el que con el tiempo estas causas crecerán y echar
án a perder las predicciones.

Uno se equivoca, por ejemplo, en una décima de milímetro al medir de dónde sale la pelotita de la ruleta y hace sus cálculos para saber en qué casilla va a caer. Pero la diferencia entre la trayectoria real y la que uno ha calculado se hace cada vez más grande, y si cuando la pelotita se detiene es de unos cuantos centímetros, uno pierde miserablemente el dinero apostado [1].
La diferencia en la causa es imperceptible, y la diferencia en el efecto es para mí de la mayor importancia, porque en él va toda mi apuesta.
H. Poincaré
¿Y si la diferencia inicial fuera más pequeña, de una centésima o una milésima de milímetro? De todos modos crecerá, y para un tiempo suficientemente largo, no será posible predecir la casilla ganadora, a pesar de que las leyes que gobiernan los rebotes de la pelotita sean conocidas.

Es posible hacer "buenas" predicciones sólo si el tiempo no es muy largo. Por ejemplo, si uno pone la pelotita justamente encima de la celda a la que ha apostado, y la suelta, puede confiar en su predicción: la canica caerá en la celda predicha, pero como la ruleta da tantas vueltas antes de que la pelotita se detenga, pasa mucho tiempo, la incertidumbre crece, y la predicción falla.

Lo que Poincaré descubrió es lo que hoy llamamos caos. En los sistemas caóticos la capacidad de predicción es limitada: las pequeñas incertidumbres se vuelven grandes con el paso del tiempo. La diferencia entre lo que uno predice y lo que sucede en la realidad se hace tan grande que la predicción no tiene utilidad.

Si la incertidumbre inicial no existiera, si fuera exactamente cero, el sueño del determinismo laplaciano podría realizarse, por lo menos para una mente superior.e

Tres es Multitud

Convencido de que no era fácil ganar plata apostando en la ruleta, Poincaré andaba tratando de ganarse un premio que el Rey Oscar II de Suecia y Noruega había ofrecido rn 1885 a quien demostrara la estabilidad del Sistema Solar, cuando descubrió que, en el movimiento de planetas, como en la ruleta, una pequeñísima incertidumbre inicial podía crecer hasta que la predicción resultara imposible. Buscando el cofre se topó con la mano del muerto.

Los físicos estudiamos la realidad a través de modelos simplificados. Empezamos por el más simple, y luego se le van añadiendo detalles hasta llegar a un modelo que se parezca, de alguna manera, a la realidad. El modelo más simple de la mecánica celeste sólo toma en cuenta el Sol y un planeta, y fue resuelto por Newton. En modelos más realistas se agrega un tercer cuerpo, y un cuarto, y un quinto... hasta llegar a algo más parecido al Sistema Solar.

Pero no hay que hacer demasiado para llegar al problema más célebre de la mecánica celeste: predecir el movimiento de tres cuerpos sometidos únicamente a su atracción gravitacional mutua, para cualquier configuración inicial y tiempos arbitrariamente largos. Resolverlo era el paso lógico para estudiar, por ejemplo, el movimieno de la Tierra y la Luna en el campo gravitacional del Sol. Esto permitiría conocer de antemano las fechas en que habría Luna llena, el problema original de Copérnico, por el que sugirió el modelo heliocéntrico del Sistema Solar.

Por sorprendente que parezca, las mentes más brillantes de los siglos XVII, XVIII y XIX no lograron encontrar la solución general del problema de tres cuerpos, ni siquiera en el caso restringido, cuando uno de los cuerpos es muchísimo más pequeño que los otros (por ejemplo, un satélite navegando entre la Tierra y la Luna, o un asteroide en el campo producido por el Sol y Júpiter).

Poincaré tampoco pudo, pero alcanzó a ver que este sistema compartía con la ruleta la exagerada sensibilidad a las incertidumbres iniciales, lo que hoy llamamos caos. Quién sabe porqué no avanzó más en el estudio de la incertidumbre. Quizá porque no era lo que buscaba, a fin de cuentas desde la época de Pitágoras hemos buscado el orden universal, y no el caos; o quizá lo hubiera hecho si hubiera tenido una computadora.

¿Es posible que el Sistema Solar, que desde siempre se ha considerado el paradigma del orden y la regularidad, sea en realidad un sistema caótico?

No se pierda la tercera parte!



Referencias

[1] Poincaré, H., El Azar, en Sigma, el Mundo de las Matamáticas, J.R. Newman (compilador), Ediciones Grijalbo, S.A., Barcelona, 1976, Vol. 3, pp. 68-82.

sábado, 10 de mayo de 2008

La Ciencia de la Incertidumbre (parte 1)

Consideramos la incertidumbre como el peor de todos los males
hasta que la realidad nos demuestra lo contrario.

Alphonse Karr.



Es curioso todo lo que se ha hecho por el miedo a la incertidumbre.

En el Principio, era el Caos...

Muchos de los mitos de creación, como el del Popol Vuh, se inician enunciando que aunque "en el principio todo era caos", el orden se estableció rápidamente, y de allí en adelante el universo se porta bien, nada ocurre al azar. La primera obra buena de los creadores es borrar de un plumazo la temida incertidumbre.

Los humanos, que somos los seres más curiosos e impacientes del planeta, y también los más miedosos, nos morimos de ansiedad por conocer el futuro y eliminar la incertidumbre.

Por eso, desde la antigüedad se inventaron mil y una maneras de "ver"el futuro a través de las entrañas de animales sacrificados, los movimientos de los astros, las líneas de la mano, las barajas, los residuos del té, las bolas de cristal, y un sinfín de símbolos misteriosos, que sólo los clarividentes e iluminados pueden descifrar.

Todos estos procedimientos se basan en la idea de que los hechos están determinados de antemano, existen desde el principio y nosotros sólo los vamos recorriendo --como una película en un DVD, que puede reproducirse de principio a fin, pero no modificarse. Los clarividentes simplemente se adelantan y nos dicen qué hay en el futuro. Predicen cosas vagas y casi evidentes, o fallan de manera estrepitosa y grosera. Los sicólogos tendrán que explicarnos porqué la gente les sigue creyendo y hasta paga por oír sus mentiras.

¡Hágase Newton!... y todo fue Orden...

La forma más exacta de predecir el futuro es la ciencia. Se basa en la idea del kosmos, u orden universal pitagórico: las reglas o leyes que rigen el universo están determinadas, pero los hechos mismos no. El futuro no es algo pre-existente que podamos "ver", pero existen reglas --las leyes de la naturaleza-- que establecen relaciones de causa y efecto entre los hechos.

Isaac Newton y otros no menos geniales inventaron métodos para saber lo que va a pasar en el futuro, paso a paso. La idea es que, si conocemos lo que pasa en un momento dado, las leyes de la naturaleza nos permitirán saber lo que pasa un instante después. Repitiendo el proceso cuantas veces sea necesario, podemos saber lo que va a pasar dentro de mucho tiempo. Técnicamente, uno dice que se puede conocer la evolución de un sistema integrando las ecuaciones de movimiento a partir de las condiciones iniciales.

La mecánica de Newton, incluyendo su ley de gravitación universal, señaló el nacimiento de la ciencia moderna y se convirtió en el paradigma que dominó la ciencia durante varios siglos. Su éxito inicial fue la deducción de las leyes (empíricas) de movimiento planetario de Kepler, al encontrar el movimiento de dos cuerpos sometidos únicamente a su atracción gravitacional mutua (problema de dos cuerpos).

Durante los siglos XVIII y XIX, la mecánica de Newton fue aplicada con éxito en la solución de problemas en astronomía, mecánica e ingeniería, y se desarrollaron técnicas matemáticas muy potentes para plantear y resolver problemas y hacer predicciones con una precisión extraordinaria. Para muestra un botón: la existencia de Neptuno fue predicha en base a cálculos realizados independientemente por Leverrier y Adams, y el planeta fue descubierto en 1846. El optimismo y la confianza que los físicos y matemáticos de la época tenían en el paradigma newtoniano se sintetizó en el determinismo laplaciano:
Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los cuerpos que la componen, si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos.

Este determinismo tuvo una enorme influencia en el desarrollo de la ciencia. Por así decirlo, colgó la zanahoria tras la que han corrido los científicos durante siglos: la búsqueda de una teoría que lo explique todo.

¿Está Seguro?

Los especialistas en partículas y campos dicen que ya tienen en sus manos la ecuación del universo, pero resulta que no es muy simple ni parece ser tan evidente que todo se puede predecir a partir de ella. Además, lo que la ciencia puede predecir con tanta precisión no es lo que la mayoría de los humanos quisiera saber de antemano, como los resultados de los partidos de fut, el número ganador de la lotería, y cosas más bien personales como cuándo va a morir, o si va a tener éxito en los negocios, los romances, etc.

¿Puede la ciencia, en principio al menos, predecir todo? ¿Si uno tuviera acceso a las más grandes computadoras, los más sofisticados algoritmos, las mayores bases de información, podría predecir el clima, las fluctuaciones de la bolsa de valores, la fecha del próximo terremoto, y todas estas cosas más relevantes para nosotros que los famosos eclipses?

¡No se pierda el próximo blog!