Impresiones de un centroamericano
navegando en las honduras de Honduras (3)
navegando en las honduras de Honduras (3)
Parecemos la tripulación de un barco a la deriva. Sin capitán, sin brújula, sin instrumentos de navegación, sin víveres. Y nos la pasamos contándonos cuentos, mintiéndonos a nosotros mismos, admirados por la belleza del paisaje: ¡qué colores, qué atardeceres! Cuando el agua ha inundado ya la sala de máquinas y no hay salvavidas para tanto náufrago.
Raúl de la Horra (en El Espejo Irreverente)
En algún momento nos contaron algo sobre el naufragio del Titanic, no sé si en los cursos de historia o en los de religión. Le daban un tinte moralizante a la historia, la presentaban como un castigo de Dios a la arrogancia de los humanos, como el asunto de la torre de Babel.
Mucho tiempo después volvimos a oír del Titanic, un poco porque sus restos fueron descubiertos en el fondo del mar por el Dr. Robert Ballard, pero sobre todo por la película que, no sólo nos contó la historia sino le agregó el romance, la canción que mi hijo nos hizo escuchar noche tras noche durante semanas o meses, un fugaz vistazo a la hermosa anatomía de la heroína y otro montón de elementos que, verdaderos o inventados, añadieron una dimensión humana que nos puso a pensar en la tragedia del naufragio, no sólo para la compañía que perdió la nave o para el capitán que perdió la apuesta, sino para toda la gente que perdió lo que había depositado en el impresionante barco: su capital, sus ilusiones y sueños, sus esperanzas, sus vidas.
Mi carro, el Galileo ("y sin embargo, se mueve...") pasó a ser temporalmente el "Titanic", en alusión a la cantidad de óxido que lucía. Vi un carro minúsculo con un rótulo que decía "Taitanic", y me enteré de un burdel al que bautizaron como "Tetanic" sugiriendo los generosos atributos de las sufridas y explotadas trabajadoras del lugar. El Titanic se convirtió, pues, en una referencia cultural, un tema del que uno puede hablar sabiendo que todos le van a entender. Por eso lo quiero usar como excusa para platicarlos sobre lo que viene ocurriendo en Honduras en los últimos tiempos.
Desde que la mara 28 dio el golpe de estado en Honduras, zarpamos a mar abierto. Aquí vamos, en este país-barco, con la esperanza de llegar sanos y salvos a algún lado, pero sin tener arte ni parte en su conducción. Aislado del resto del mundo, el capitán insiste en que podemos solos, que nadie nos va a marcar el rumbo, que no hay nada capaz de detener esta gran nave en su gloriosa travesía que hará historia.
La "gente bien" viaja en primera clase, en la parte de arriba, disfrutando los banquetes y los paisajes, luciendo sus mejores galas y brindando con afrancesados modales y delicados vinos, vagamente conscientes de que allá abajo viene otra masa de gente apiñada y sin ver la luz del Sol, sobreviviendo de alguna manera el viaje, y otros sudando la gota gorda echando carbón a las calderas en el cuarto de máquinas.
Moviéndose como culebras entre los de primera clase, mañosos políticos, falsos profetas, periodistas sin escrúpulos y acartonados funcionarios venden indulgencias, noticias, leyes y documentos hechos a la medida, y ofrecen sus servicios a los que en el fondo los desprecian, pero los consideran útiles. Nos recuerdan a la doña alucinada, empobrecida y venida a menos, tratando de ganar riqueza y status vendiendo la hija a un niño rico un poco amariconado, acostrumbrado a imponer su voluntad con la fuerza de los billetes, o con la fuerza bruta del gorila que le sigue a todas partes con su pistolón al cinto. Allí andan también profesionales que se han liberado de la ética y otros "frenos para el progreso" vendiendo sus servicios y su alma, como el impecable ingeniero que eliminó botes de salvamento para mejorar el paisaje para los de arriba; los músicos que tocan la melodía que les pagan, y otros sirvientes "de categoría" y guanabís.
Y en el puente de mando, el capitán a quien no le importa el mundo trata de impresionar al mundo: Ordena más carbón en las calderas para que se vea que podemos cruzar el océano en tiempo récord y hacer avanzar la rueda de la historia. No importa que se acaben las reservas, que se revienten las calderas o la gente que les echa el carbón. No importa chocar, esta nave lo puede todo. Una ambición personal, un capricho, una apuesta, el deseo de alcanzar la gloria, disfrazado de una noble causa.
No todo anda bien. Le han avisado al capitán que hay enormes obstáculos, que dé marcha atrás y regrese al puerto del que salió si quiere evitar la tragedia. "No se oye, padre..." El mundo entero se equivoca afirmando que hay icebergs y que los barcos no se manejan de esa manera ¿Qué saben ellos, que nunca han estado en este barco?
Pero dentro del barco también hay problemas. No hay manera de detener al insolente muchacho de tercera clase que se siente rey del mundo y se atrevió a romper el protocolo, a pretender y cortejar a la muchacha bonita. Y para colmo de males ella le hace caso: le parece más interesante perfeccionar el arte de escupir a distancia que ser vendida como esposa-objeto del niño rico. Ha descubierto que los que dicen amarla y le juran protección en realidad sólo quieren llevarla a la cama y usarla como les plazca.
El barco se está hundiendo, se ha empezado a meter el agua, pero el capitán lo niega diciendo que el barco no ha sufrido ningún golpe, y los de primera clase no lo notan porque todavía no se les mojan los zapatos. Ven que los de tercera clase salen a cubierta por montones y andan por todas partes. Piden indignados a los oficiales que hagan su trabajo, que los regresen a su lugar porque tienen malos modales y afean el paisaje, que si se van a ahogar que se ahoguen pero en sus camarotes. "Éste es nuestro barco y sólo queremos comer en paz, oyendo la música que nos gusta. Aquí hay comida para todos nosotros".
La naturaleza no sabe de retóricas ni selecciona quiénes han de hundirse y quienes no. Un naufragio es un naufragio. El gorila sigue pensando que el problema es que la niña bonita ofendió a su amo haciéndole caso al muchacho de tercera clase y que la solución son los golpes y las balas, los músicos argumentan que a ellos les pagan por tocar, y eso harán aunque esto se hunda y nos muramos todos; son los "profesionales responsables" que hacen lo suyo por la misma razón por la que las hormigas hacen el hormiguero: sin saber porqué. ¿Quién les pagará cuando se hunda el barco? El niño rico ya se dió cuenta de que los billetes no flotan y se ha metido a un bote salvavidas violando los derechos de otros por medio de engaños, si se salva con sus billetes podrá tomar otro barco después, que se jodan el capitán y el gorila y la niña bonita con su amante y su mamá si no encuentran lugar en los botes.
Y en poco tiempo seremos náufragos aferrados desesperadamente a los pedazos del barco que floten, pateando al que intente asirse a nuestro pedazo de tabla, que aguanta con uno, pero no con dos, esperando ser rescatados por algún barco amigo, resintiendo el resto de nuestras vidas el haber perdido tantas cosas, haber recibido tantos golpes y haber sufrido tanto miedo por el simple pecado de haber abordado este barco.
Quizá, como en la película, algunos oficiales del barco se suiciden por vergüenza o desesperación, quizá la niña bonita sobreviva y llegue a convertirse en la mejor versión de sí misma gracias a su breve contacto con ese muchacho idealista que de veras la amó y la respetaba, y lance el collar, ese artículo pétreo con el que el niño rico pretendió comprarla y apresarla al mismo tiempo, a la oscuridad y al pasado, que es a donde pertenece.
Quizá podamos construir un nuevo barco sin los defectos de este que se ha hundido, y aprendemos que el barco hay que manejarlo entre todos, todo el tiempo, en vez de vivir con la ilusión de que, cada cuatro años, el nuevo capitán va a hacer el milagro.
Y quizá el capitán tenga la decencia de hundirse con su barco. No es la solución, y con eso no nos paga lo que nos debe, pero algo es algo...
Mucho tiempo después volvimos a oír del Titanic, un poco porque sus restos fueron descubiertos en el fondo del mar por el Dr. Robert Ballard, pero sobre todo por la película que, no sólo nos contó la historia sino le agregó el romance, la canción que mi hijo nos hizo escuchar noche tras noche durante semanas o meses, un fugaz vistazo a la hermosa anatomía de la heroína y otro montón de elementos que, verdaderos o inventados, añadieron una dimensión humana que nos puso a pensar en la tragedia del naufragio, no sólo para la compañía que perdió la nave o para el capitán que perdió la apuesta, sino para toda la gente que perdió lo que había depositado en el impresionante barco: su capital, sus ilusiones y sueños, sus esperanzas, sus vidas.
Mi carro, el Galileo ("y sin embargo, se mueve...") pasó a ser temporalmente el "Titanic", en alusión a la cantidad de óxido que lucía. Vi un carro minúsculo con un rótulo que decía "Taitanic", y me enteré de un burdel al que bautizaron como "Tetanic" sugiriendo los generosos atributos de las sufridas y explotadas trabajadoras del lugar. El Titanic se convirtió, pues, en una referencia cultural, un tema del que uno puede hablar sabiendo que todos le van a entender. Por eso lo quiero usar como excusa para platicarlos sobre lo que viene ocurriendo en Honduras en los últimos tiempos.
Desde que la mara 28 dio el golpe de estado en Honduras, zarpamos a mar abierto. Aquí vamos, en este país-barco, con la esperanza de llegar sanos y salvos a algún lado, pero sin tener arte ni parte en su conducción. Aislado del resto del mundo, el capitán insiste en que podemos solos, que nadie nos va a marcar el rumbo, que no hay nada capaz de detener esta gran nave en su gloriosa travesía que hará historia.
La "gente bien" viaja en primera clase, en la parte de arriba, disfrutando los banquetes y los paisajes, luciendo sus mejores galas y brindando con afrancesados modales y delicados vinos, vagamente conscientes de que allá abajo viene otra masa de gente apiñada y sin ver la luz del Sol, sobreviviendo de alguna manera el viaje, y otros sudando la gota gorda echando carbón a las calderas en el cuarto de máquinas.
Moviéndose como culebras entre los de primera clase, mañosos políticos, falsos profetas, periodistas sin escrúpulos y acartonados funcionarios venden indulgencias, noticias, leyes y documentos hechos a la medida, y ofrecen sus servicios a los que en el fondo los desprecian, pero los consideran útiles. Nos recuerdan a la doña alucinada, empobrecida y venida a menos, tratando de ganar riqueza y status vendiendo la hija a un niño rico un poco amariconado, acostrumbrado a imponer su voluntad con la fuerza de los billetes, o con la fuerza bruta del gorila que le sigue a todas partes con su pistolón al cinto. Allí andan también profesionales que se han liberado de la ética y otros "frenos para el progreso" vendiendo sus servicios y su alma, como el impecable ingeniero que eliminó botes de salvamento para mejorar el paisaje para los de arriba; los músicos que tocan la melodía que les pagan, y otros sirvientes "de categoría" y guanabís.
Y en el puente de mando, el capitán a quien no le importa el mundo trata de impresionar al mundo: Ordena más carbón en las calderas para que se vea que podemos cruzar el océano en tiempo récord y hacer avanzar la rueda de la historia. No importa que se acaben las reservas, que se revienten las calderas o la gente que les echa el carbón. No importa chocar, esta nave lo puede todo. Una ambición personal, un capricho, una apuesta, el deseo de alcanzar la gloria, disfrazado de una noble causa.
No todo anda bien. Le han avisado al capitán que hay enormes obstáculos, que dé marcha atrás y regrese al puerto del que salió si quiere evitar la tragedia. "No se oye, padre..." El mundo entero se equivoca afirmando que hay icebergs y que los barcos no se manejan de esa manera ¿Qué saben ellos, que nunca han estado en este barco?
Pero dentro del barco también hay problemas. No hay manera de detener al insolente muchacho de tercera clase que se siente rey del mundo y se atrevió a romper el protocolo, a pretender y cortejar a la muchacha bonita. Y para colmo de males ella le hace caso: le parece más interesante perfeccionar el arte de escupir a distancia que ser vendida como esposa-objeto del niño rico. Ha descubierto que los que dicen amarla y le juran protección en realidad sólo quieren llevarla a la cama y usarla como les plazca.
El barco se está hundiendo, se ha empezado a meter el agua, pero el capitán lo niega diciendo que el barco no ha sufrido ningún golpe, y los de primera clase no lo notan porque todavía no se les mojan los zapatos. Ven que los de tercera clase salen a cubierta por montones y andan por todas partes. Piden indignados a los oficiales que hagan su trabajo, que los regresen a su lugar porque tienen malos modales y afean el paisaje, que si se van a ahogar que se ahoguen pero en sus camarotes. "Éste es nuestro barco y sólo queremos comer en paz, oyendo la música que nos gusta. Aquí hay comida para todos nosotros".
La naturaleza no sabe de retóricas ni selecciona quiénes han de hundirse y quienes no. Un naufragio es un naufragio. El gorila sigue pensando que el problema es que la niña bonita ofendió a su amo haciéndole caso al muchacho de tercera clase y que la solución son los golpes y las balas, los músicos argumentan que a ellos les pagan por tocar, y eso harán aunque esto se hunda y nos muramos todos; son los "profesionales responsables" que hacen lo suyo por la misma razón por la que las hormigas hacen el hormiguero: sin saber porqué. ¿Quién les pagará cuando se hunda el barco? El niño rico ya se dió cuenta de que los billetes no flotan y se ha metido a un bote salvavidas violando los derechos de otros por medio de engaños, si se salva con sus billetes podrá tomar otro barco después, que se jodan el capitán y el gorila y la niña bonita con su amante y su mamá si no encuentran lugar en los botes.
Y en poco tiempo seremos náufragos aferrados desesperadamente a los pedazos del barco que floten, pateando al que intente asirse a nuestro pedazo de tabla, que aguanta con uno, pero no con dos, esperando ser rescatados por algún barco amigo, resintiendo el resto de nuestras vidas el haber perdido tantas cosas, haber recibido tantos golpes y haber sufrido tanto miedo por el simple pecado de haber abordado este barco.
Quizá, como en la película, algunos oficiales del barco se suiciden por vergüenza o desesperación, quizá la niña bonita sobreviva y llegue a convertirse en la mejor versión de sí misma gracias a su breve contacto con ese muchacho idealista que de veras la amó y la respetaba, y lance el collar, ese artículo pétreo con el que el niño rico pretendió comprarla y apresarla al mismo tiempo, a la oscuridad y al pasado, que es a donde pertenece.
Quizá podamos construir un nuevo barco sin los defectos de este que se ha hundido, y aprendemos que el barco hay que manejarlo entre todos, todo el tiempo, en vez de vivir con la ilusión de que, cada cuatro años, el nuevo capitán va a hacer el milagro.
Y quizá el capitán tenga la decencia de hundirse con su barco. No es la solución, y con eso no nos paga lo que nos debe, pero algo es algo...