martes, 10 de junio de 2008

Crónicas de Copán: La Ciudad de 18-Conejo


La última fecha grabada en Copán corresponde al año 822. Más de mil años de abandono han deteriorado la ciudad, pero todavía se le nota la grandeza. Uno trata de imaginarse cómo eran los templos antes de que los árboles los rajaran con sus raíces; se pregunta qué se oía cuando la plaza se llenaba de gente, de qué hablaban, a qué olía todo aquello. ¿En qué momento los habitantes de Copán comprendieron que todo estaba perdido y se largaron? ¿Para dónde se fueron y porqué? Talvez todo esto estaba escrito en los códices que quemó aquel cura loco, Fray Diego de Landa, talvez no. Ahora lo que queda es la piedra, los huesos, y los descendientes humillados y desgastados por cinco siglos de colonización, los "inditos" de ahora, muy poco parecidos a los grandes reyes que aparecen retratados en las estelas. ¿Sabrán cosas que hasta los más destacados arqueólogos del mundo maya ignoran?

Décadas de estudio han producido algunas respuestas, acumuladas en libros, revistas, y otros medios que nosotros, que ni siquiera habíamos leído la Guía para el Joven Visitante de la señora de Agurcia [1], desconocemos. Nuestra única esperanza de salir de las dudas era, en ese momento, Don Chepe León.

Don Chepe empezó por mostrarnos los estragos que los árboles hicieron a las estructuras, y nos contó que hace casi dos siglos John Lloyd Stephens compró el sitio arqueológico por $ 50.00 (parece que el precio era $ 49.95, pero no había monedas para darle el vuelto), y cómo diversas instituciones como el Museo Peabody (Harvard), la Institución Carnegie y la Universidad de Pennsylvania enviaron a sus Indiana Jones a buscar y "rescatar" cuanta cosa tuviera algún valor arqueológico. Pero a pesar de eso han hecho un buen trabajo de estudio y restauración, algo que quizá nosotros nunca hubiéramos empezado.

Después fuimos a la Acrópolis, vimos al rey mono y el altar Q, donde están representados los 16 gobernantes, o reyes, de la dinastía copaneca, desde el K'inich Yax K'uk' Mo' hasta Yax Pasaj Chan Yoaat que fue el que mandó a hacer el adornito allá por el año 775, pasando por el célebre Waxaclahun Ub'ah K'awil (18-Conejo, el 13avo gobernante). Como por más que Dante Liano trató de enseñarnos, nunca aprendimos a pronunciar esas letras con apóstrofe, que se dicen como "para adentro", mejor usamos los nombres traducidos que son más fáciles y divertidos, como "Humo Jaguar", el papá de 18-Conejo, "Humo Mono", "Humo Caracol", "Cabeza de Petate", "Madrugada", etc.

Siempre estuvimos interesadísimos oyendo las explicaciones, aunque por momentos alguna belleza natural distrajo la atención de los muchachos, que dejaron a Don Chepe hablando solo. Fue sólo un instante, de verdad...

Vimos desde lejos un sector al que llaman "El Cementerio", porque parece que allí encontraron un montón de esqueletos, pero ahora se sabe que era la residencia de Yax Pasaj, su familia y sus allegados. Entre otras cosas, encontraron muchos residuos (basura, pues), y aunque aquí se diga que se ha visto muertos acarrear basura, lo cierto es que son los vivos los que la producen. Por eso sabemos esa gente no sólo fue enterrada, sino que vivió allí.

Después vino la parte dura: las gradas para subir primero al patio oriental, que es de lo más intersante porque está rodeado por los templos 22, 18 y 16 (que es el que está encima del templo Rosalila), el trono-jaguar, el jaguar danzante, el Dios Sol y la Casa del Pueblo (Popol Nah) que tiene una fachada con aspecto de petate. Ya para enconces andábamos un poco dispersos: los aplicados se habían adelantado con Don Chepe, y los de atrás mostraban una marcada tendencia a quedarse sentados entre los colmillos de la serpiente gigante del templo 22, tomando el antídoto donado por el misterioso hombre del sombrero por si los picaba el animal. Además necesitábamos renovar las fuerzas y el valor para subir al templo 11, el más alto de Copán.

El premio por subir es una vista espectacular del patio central, donde están el juego de pelota, la escalinata de los geroglíficos, y el conjunto de estelas que Linda Schele llamó "El Bosque de Reyes". Al bajar al patio central nos encontramos a los aplicados sentados bajo un árbol. No por cansancio, sino porque nos estaban esperando para que siguiéramos el tour juntos.


Vimos la escalinata de los jeroglíficos, obra del 15avo gobernante, a la que desafortunadamente le falta una grada que se la llevo alguno del los Indiana Jones, y tiene otro montón de gradas en desorden. Nos contó Don Chepe que hay un grupo de arqueólogos tratando de reorganizar la escalinata, a ver si lo logran antes de que se borre, porque aunque le pusieron un toldo verde para protegerla de la lluvia, el tal toldo funciona como túnel de viento y ahora es el viento el que está arruinando las gradas.

Muchas de las estelas del "bosque de reyes" fueron hechas durante el gobierno de Humo Jaguar y, sobre todo, el de su hijo 18-Conejo [2]. Camino al tal bosque nos sentamos otro ratito; ya teníamos un par de horas en esta ciudad, el Sol estaba en lo alto, y los años no pasan en vano... y como ya estábamos en confianza, nos pusimos a preguntarle a Don Chepe sobre su vida. Resulta que tiene 27 hijos: 5 antes de casarse, 20 en el primer matrimonio, y 2 en el segundo, y dijo que él "todavía...", así que concluimos que es más conejo que 18-Conejo y que bien podría llamarse 27-Conejo.

Uno podría pasar más tiempo viendo los detalles de las estelas; la escultura es muy buena, y si hubiéramos visto a tiempo el DVD que mandó el Tio Laga, quizá hubiéramos tenido una idea más clara de cómo es que se leen las fechas y otro montón de cosas en esas grandes piedras labradas, que por cierto en maya se llaman "tetuntes". Don Chepe nos mostró con la pluma de guacamaya de la punta de una caña que le sirve como señalador un glifo donde se ven claramente tres rayas y tres puntitos (18) y la cabeza de un animal no muy amigable que, dicen, es un conejo, para que nos convenciéramos de que todo eso tiene significado. Claro que estamos convencidos, pero en este asunto de los glifos somos analfabetos ¿o "aglíficos"?. Además, ya estábamos cansados, así que emprendimos el retorno al siglo XXI, llevando en nuestras cabezas el pensamiento de Ricardo Agurcia [3]
En mi mente, Copán es una simfonía de piedras y de árboles, grises y verdes, cuadrados y redondos. Sus suntuosas plazas y elegantes edificios crean espacios que proyectan armonía y que traen a la mente paz y tranquilidad. Este es un lugar donde convergen el espíritu y la ciencia con primorosa majestuosidad.

Ricardo Agurcia Fasquelle

Referencias
[1] Agurcia, María Amalia de, COPÁN: Una Breve Historia y Guía para el Joven Visitante, Ed. Transamérica, Honduras, 2001.
[2] Agurcia, R. & Fash, W., Historia Escrita en Piedra, Guía al Parque Arqueológico de las Ruinas de Copán, 4a. edición, Centro Editorial SRL, San Pedro Sula, 2005.
[3] Agurcia, R., Copán, Reino del Sol, Ed. Transamérica, Honduras, 2007.

Crónicas de Copán: La Llegada al Parque Arqueológico



No crean que vinimos sólo a beber, de ninguna manera. Copán es un sitio importantísimo dentro del mundo maya, y aunque no tiene estructuras colosales como las de Tikal, sus esculturas, estelas y detalles arquitectónicos son de mejor calidad que las de muchas ciudades mayas. Es una lástima que muchos guatemaltecos no vengan, o sólo pasen de largo cuando van de parranda a Roatán. Pero nosotros no somos de esos. El sábado 24 de mayo, fecha en la que los alumnos salesianos celebran "la flor", visitamos el parque arqueológico y los museos.

El plan era llegar temprano para evitar el sol de mediodía, pero estábamos de vacaciones como latinos, no como alemanes: nada de relojes despertadores ni horarios rígidos. Nos levantamos cuando el cuerpo lo pidió, aunque a más de alguno sí hubo que sabanearlo para que no nos cayera la noche metidos en el hotel. Durante el desayuno, los muchachos descubrieron que el tiempo en Copán transcurre más despacio que en las grandes ciudades. Aquí las cosas suceden cuando suceden, no antes ni después. Parte de las vacaciones consistió en olvidar por unos días la muy moderna neurosis del segundero y acoplarse a la parsimonia copaneca, tomarse el café con calma, bien platicado, y hacer una buena sobremesa.

A la hora de salir faltaba gente. Los muchachos habían descubierto una tienda duty free donde el güisqui salía barato. Andaban reabasteciendo la reserva, y comprando un poco más para llevar de recuerdo a Guatemala. Cuando nosotros pasamos por la tienda, ya no había güisqui del bueno. Nos dijeron que un señor con un sombrero que le daba aspecto de clavo de lámina se lo había llevado todo. Pero como uno no le pide a Dios que le dé, sino que lo ponga donde hay, no tuvimos que pasar sed, gracias a la generosidad del misterioso hombre del sombrero.

Llegamos al parque arqueológico a media mañana. Contratamos como guía a Don Chepe León. Según René Viel, un arqueólogo francés con quien nos encontramos al entrar, Don Chepe nos iba a contar las más originales fantasías sobre la historia de los mayas. Ciertamente lo que nos contó Don Chepe estuvo ameno, lo que no sabemos es si es verdad. Algo aprendimos de nuestro guía, quien por razones de las que les hablaré más adelante merecería llamarse "27-Conejo", parecido al célebre "18-Conejo", treceavo gobernante en la dinastía de Copán. Don Chepe sabía, por ejemplo, que el fundador de la dinastía copaneca, el Kinich Ahau Yax K'uk Mo, nació en Tikal, pero no sabía --y con eso me puse yo a presumir-- que eso lo averiguaron unos físicos, analizando el contenido de un isótopo de estroncio en el esmalte de un diente de Yax K'uk Mo [1], que apareció en la portada de Physics Today en enero de 2004. Yo por eso le digo a mis hijos que se laven bien los dientes, no sea que dentro de unos cuantos miles de años los saquen en la portada de alguna revista.

Poco antes del mediodía nos metimos en esa especie de túnel del tiempo que es la calzada que conduce a las ruinas de Copán. Retrocedimos hasta la época de oro de Copán, allá por el siglo VIII. Lo malo fue que este proceso no nos rejuveneció, lo bueno que tampoco le quitó el añejamiento al güisqui.

Referencias
[1]Day, C., Physics Today 57(1), 20, 2004.

lunes, 9 de junio de 2008

Crónicas de Copán: el Primer Día



Hace un par de semanas, días más días menos, visitamos las ruinas de Copán con algunos amigos. Paseamos un poco por el pueblo, que es pequeño pero encantador, fuimos al parque arqueológico y a los museos, comimos y bebimos, nos pusimos malos y volvimos a ponernos buenos, platicamos y reímos, todo eso en sólo un par de días. Nadie puede decir que perdimos el tiempo.

El Chino Zamboni organizó las cosas en Guatemala, y el viernes 23 de mayo, poco después del mediodía, llegaron a Copán el Rana, el Chaly, el Marciano, el Mudo, el Bigotes, el Q-lón, el Pichi, el Chino, el General Pérez y el chafa Godoy en un bus con aire acondicionado y hielera extra large. Yo, que viajé desde Tegucigalpa, llegué por la tarde, cuando ya los muchachos venían de regreso de las Carninas Nía Lola, y antes de tomar posesión de mi cuarto ya me habían servido un buen trago y no tardaron en aparecer sobre la mesa los restos de los chicharrones y las carnitas que también vineron en el bus. Allí, a la orilla de algo que no se sabe si es una piscina subdesarrolada o un jacuzzi sobrealimentado, pasamos las primeras horas de nuestro encuentro. ¿Cómo contar aquí la enorme alegría que sentí al ver a estos viejos amigos? No lo sé, pero créanme que me sentí feliz.

Nos tomamos unos buenos tragos de güisqui, ron blanco y ron canche mientras nos poníamos al día. A mí no me gusta beber en esos vasitos deshechables de plástico, blancos, por muchas razones: se produce mucha basura, porque la gente tiende a estrenar vaso cada vez que se les termina el trago o que lo dejan abandonado por allí sin poder reconocerlo después. Además, a mí me gustan los tragos en vaso grande, con mucho hielo, no en esos vasos microscópicos en los que si cabe el hielo no cabe el guaro, y si cabe el guaro no cabe el mezclador. Y para colmo, esos vasos huelen mal, no dejan que se mire el trago ni producen el ¡tilín! de las copas al chocar, con lo que se excluyen tres sentidos, la vista, el olfato y el oído, del placer de beber. Intolerable. Pero tampoco vamos a dejar de beber por esos detalles.

Por la noche salimos a buscar comida y fuimos a dar a la periferia de Copán Ruinas, la "zona roja" que concentra, afortunadamente lejos del centro, la bulla discotequera y el chupa-turismo de los viajeros que, vayan a donde vayan, hacen lo mismo que harían a unas cuadras de su casa: buscar el ruido y el relajo, o producirlos. Cuando el cansancio del viaje y los leves excesos en la comida y la bebida empezaron a hacer mella, nos fuimos a dormir. Ni siquiera intentamos ver la documental, sobre cómo se descifraron los glifos mayas, que Mario Blanco nos mandó desde California.