viernes, 4 de julio de 2008

La lectura, los libros y la locura

El otro día estaba mirando un DVD, cortesía del Tío Laga, sobre los glifos mayas y la forma como los epigrafistas los han descifrado. Es una maravilla la forma como ahora leen las inscripciones de las estelas y de los edificios: de corrido, así como uno lee el periódico. Claro que de vez en cuando uno se confunde o encuentra una palabra que no conoce, pero eso no quiere decir que no entienda la idea general. Pues algo así andan estos epigrafistas. Se han leído la historia como si fuera una novela; seguramente ya conocen los chismes, las intimidades y las vergüenzas de la realeza maya. ¿No es una contradicción que muchos de los descendientes de los mayas no puedan leer ni siguiera esos rótulos que dicen "Guatemala, Tierra de los Mayas"?

Me puse a pensar en lo maravilloso que es poder expresar o entender, a través de unos cuantos garabatos, sentimientos, dolores, ideas, sueños, verdades y mentiras que perduran por años, siglos, milenios.... Uno está tan acostumbrado a eso de leer y escribir que se le olvida que es un privilegio, que la escritura es lo que marca la raya entre la historia y la prehistoria, que hace no mucho tiempo los alfabetas eran minoría.

No me acuerdo exactamente en qué momento aprendí a leer. Debe haber sido por allá por 1962, cuando estaba en la preparatoria de las monjas de la Asunción. Nos pusieron a leer el ridículo libro de Pepe y Polita y la monja nos llamaba uno por uno para que le leyéramos un párrafo. Me lo eché todo, hasta llegar a "Se terminó de imprimir en...", y desde entonces no he parado de leer. Quizá hubiera sido beneficioso que leyera, como los niños cubanos, lo que escribió Martí en "El Libro de Oro" en vez de leer las cacofónicas líneas aquellas de "Pepe tiene un gato. El gato se llama Momo. Momo es el gato de Pepe. Pepe ama a Momo." o cosa por el estilo. Quizá si los autores de literatura infantil entendieran que los niños son simplemente niños, no tontos, se lograría que los pequeños se aficionaran a la lectura. En mi caso, la magia de las letras y de los libros me capturó desde el principio, y no importa que haya entrado al mundo de la lectura por una puerta tan sin gracia como Pepe y Polita. Quizá entre los niños ahora mismo están batallando con la 44a. edición del triste libro haya algunos que se vuelvan lectoescritores, a pesar de todo.

En mi infancia leí "Mis Primeros Conocimientos". Cuando tenía como diez años, el maestrp Tuc mencionó que ningún hombre podría considerarse "culto" si no había leìdo el Quijote, así que me lo leí completo sin entender mucho, decidido a ganarme el status de hombre culto; me encantaron los libros de José Milla y las novelitas de vaqueros que encontraba en la casa. En la adolescencia vi las fotos de la Princess Lea en la revista "La Semana" y soñé con comprar la Play Boy de donde se las habían fusilado para verlas a todo color y con alta resolución, pero nunca llegué a reunir ni el dinero ni el valor para hacerlo. También leí y releí Fanny Hill, un libro entre erótico y pornográfico que alguno de mis hermanos consiguió y que pasó mucho tiempo en el baño, sirviendo de inspiración para nuestras más desaforadas fantasías, hasta que mi madre le dió una hojeada, quizá atraída por el aspecto sobrio e inocente, como de nuevo testamento, que tenía el libro, y lo desapareció para siempre. Después tuvimos que conformarnos con leer María, la famosa novela de Jorge Isaacs, con una heroína pálida y enfermiza que se muere de amor deshojando margaritas, en nada parecida a Fanny, con sus aventuras y placeres prohibidos.

Ni siquiera la comida me ha dado tantos placeres y tanta vida como la lectura. Todo lo que he leído, desde los chistes de Capulina que coleccionaba en mi infancia hasta los libros sobre complicadísimos temas de física que leo ahora, pasando por las historietas de Supehéroes, Tarzán, Chanoc, Condorito y otras peores, los libros obligados en la secundaria, la Biblia y las historias de la vida de Don Bosco, y hasta las Selecciones, me ha servido para enterarme de lo que pasa y ha pasado en el mundo, y desataron en mí ideas, pasiones, miedos, apetitos, sueños, enojos, y tantas otras cosas, que no sabría decir si la mayor parte de mi vida ha transcurrido dentro de los libros o fuera de ellos.

El asunto puede ser peligroso. Cervantes debería ser estudiado por los psiquiatras porque descubrió que uno se puede volver loco por leer libros, no sólo por los traumas sexuales de la infancia. Los profesores de física terminamos creyendo que en verdad existen las cuerdas irrompibles, las poleas sin masa, las superficies sin fricción y los caballos esféricos que habitan en los fantasiosos libros de texto. Los libros lo pueden sacar a uno de la realidad, sí, pero precisamente por eso uno puede imaginar mundos mejores y construir el futuro.

Los paleontólogos todavía andan tratando de averiguar si el Homo sapiens es inteligente porque aprendió a caminar erguido, o aprendió a caminar erguido porque es inteligente. Pero está claro que una cosa tiene que ver con la otra, y que no podríamos ser lo que somos sin despegar las patas y la barriga del suelo. Los libros nos dan alas para volar y despegarnos aún más de la realidad. Para algunos, es algo momentáneo, un viaje que les permite ver más allá y volver para cambiar la realidad. Para otros, es un viaje interminable que los lleva a explorar los rincones de eso que el resto de los mortales llamamos "locura".

Algún día les platicaré de otros libros, de los que he leído varias veces y de los que he dejado a medias, de los tesoros que no cambiaría por nada del mundo y de los que clasificaría como "literatura de inodoro", y del mundo de la lectura adonde iré a dar una vuelta en cuanto termine de escribir este párrafo.




domingo, 29 de junio de 2008

El Árbol de la Vida

En primaria me lo dijeron de la manera más simple: "los seres vivos nacen, crecen, se reproducen, y mueren". Yo, que ya había nacido pero no había crecido, y apenas soñaba con reproducirme algún día sin tener la menor idea de como hacerlo, no pensaba en la muerte como algo que me pudiera suceder a mí o a mis conocidos. Ahora que ya no soy tan joven, he crecido bastante, sobre todo a lo ancho, y descubrí cómo era el asunto de la reproducción, como que sólo me queda uno cosa por hacer...

Pero no me tiemblan las canillas por saber que me puedo morir cualquier día. Más bien me da curiosidad, como me pasaba con lo de la reproducción. Ya sé que me va a suceder, pero no sé cómo entrarle al asunto.

Es cierto que la reproducción es más atractiva que la muerte, pero al principio le tenía miedo: pensar en quedar en pelotas frente a una mujer que no fuera mi mamá sí me daba canillera. Los amigos mayores decían que las mujeres eran exigentes; yo me sentía absolutamente incapaz de igualar las hiperbólicas hazañas que ellos contaban, y siempre salía perdiendo en las comparaciones mentales que hacía cuando los oía hablar de las descomunales proporciones de sus órganos vergonzosos. Tenían más imaginación y elocuencia que habilidad para medir longitudes, pero entonces no lo sabía, y me angustiaba.

Como a todos, me llegó la época de cazar gametos del sexo opuesto (en el envase original, desde luego...). Con o sin miedo, nos pasamos años dedicados a buscar la manera de reproducirnos con el maquiavélico convencimiento de que el fin justifica los medios y que cualquier traición sería perdonada y cualquier sacrificio sería ampliamente compensado. Cuando por fin enfrentamos el reto nos damos cuenta que es un asunto natural, como hacer la digestión, dormir o comer. La sociedad nos exige aprender algunas reglas de urbanidad y buenas maneras, pero el acto mismo "lo tocamos al oído", sin partitura ni metrónomo. El organizador del espectáculo nos dejó listos, y planteó la reproducción como un placer prohibido, y no como una obligación, para estar seguro de que cumpliéramos nuestra parte. Mas de algún alucinado dice que nos reproducimos para participar en algún "gran proyecto" de población del planeta y preservación de la vida, pero yo creo que nadie se reproduce por cumplir con una obligación, sino porque el sexo es un placer y todos venimos equipados para funcionar cuando nos toque.

Me pregunto si con la muerte no será la misma cosa: se empieza por tenerle miedo, se buscan mil y una maneras de "estar preparado", o de sacarle el cuerpo, y se termina por entender que es natural y que, con miedo o sin él, todos estaremos listos para cumplir la tarea cuando llegue el momento, sólo hay que aprender a hacerlo con elegancia.

Lo difícil no es hacer lo que hay que hacer cuando llega la hora, sino el camino que hay que recorrer, los obstáculos que hay que sortear, los miedos que hay que vencer. Describir la vida de un ser humano como un caminito que va en línea más o menos recta desde el nacimiento hasta la muerte es una simplificación grosera que trivializa el proceso y lo priva de su esencia. Algo así como que le cuenten a uno una película diciéndole que primero viene el principio, luego lo de enmedio, y después el final. Nadie puede decir que esto no sea verdad, pero es una verdad trivial, vacía, aburrida. No es la forma como se debe contar la historia de una persona.

El camino desde el nacimiento hasta la muerte es, como el cuento de Borges, "un jardín de senderos que se bifurcan", confuso e inseguro. Desde el principio enfrentamos disyuntivas y tomamos decisiones. A veces somos conscientes, y a veces no, a veces uno toma la decisión, a veces la toman otros, pero de todos modos se toman decisiones y se eliminan cosas irrecuperables. Cada elección significa dejar en el camino las opciones no elegidas; cada decisión significa dejar de hacer muchas cosas. ¿En qué momento decidí no ser un pirata, un ilusionista, un relojero, un criminal o un santo? ¿Cuándo me volví lo suficientemente "maduro" para distinguir entre la realidad y los sueños? ¿De veras ha sucedido esto?

Para un recién nacido todo es posible. El futuro es incierto. Las decisiones que tome --u otros tomen en su lugar-- se encargarán de dividir el futuro en "lo que todavía es posible" y "lo que ya no es posible". Sólo hay una cosa que siempre está entre lo posible: la muerte. Para un viejo, el pasado es incierto y el futuro, seguro.

Uno inicia la vida con el saco de lo posible lleno, y el de lo imposible vacío. La vida consiste en pasar constantemente cosas de un saco al otro, y termina cuando lo único posible es morir. Como en un reloj de arena, los granitos de lo posible van cayendo a la cámara de lo imposible, sin prisas pero sin pausas. Y no se le puede dar vuelta al reloj, aunque a veces sucede que uno de los granitos que, según uno, ya había caído, se aferra tercamente y de alguna manera reaparece entre las cosas posibles cuando ya uno casi la había olvidado, como cuando Florentino Ariza por fin consiguió a Fermina Daza.

Lo interesante no es saber que uno va a llegar a eso, sino la forma como llega. Hay muchas, muchísimas formas de hacerlo. ¿Se puede planear de antemano el mejor camino? No lo creo: ninguna decisión tomada a lo largo del camino es insignificante, casi cualquier cosa puede cambiar el rumbo de una vida, planificada o no. Predecir todos los detalles del futuro es imposible, y quien afirme que puede hacerlo está hablando pajas. Está bien para las películas de ficción. Quizá cuando queden muy pocas cosas posibles y poco tiempo para volverlas imposibles, se pueda adivinar. Aunque entonces eso nos importe un rábano.

Otra cosa que me contaron en la clase de ciencias naturales es que las células se dividen en dos cuando alcanzan cierto tamaño. Cada quien por su lado, nos vemos en Siberia, vida mía, y mientras tanto ninguna de ellas sabe lo que le pasa a la otra. ¿Qué tal si al llegar a una de esas bifurcaciones de la vida nosotros también nos dividiéramos, no física, sino espiritualmente? El espíritu se iría por varios caminos a la vez, como la sangre cuando las arterias se dividen en tubitos, tubititos, tubitititos, tubitititíos cada vez más chiquitos. Todos llevan su poquito de sangre. Quizá nos vamos poniendo viejos y sintiendo cansados porque el espíritu se va dividiendo entre las ramitas, ramititas, ramitititas y ramitititías del árbol de la vida.

Surge entonces la posibilidad de las vidas paralelas, que también la ha alborotado al imaginación a más de alguno, y cosas aún más interesantes porque, a diferencia de las paralelas, que no se cruzan nunca, las ramitas de la vida podrían separarse en un punto y volverse a juntar una o varias veces más adelante. Viviríamos vidas entrelazadas, una maraña de vidas afectándose unas a otras, y uno entonces creyendo recordar cosas de otras ramas o enojado o feliz por algo que ni le ha sucedido, experimentando miedos y odios por cosas que pasaron en otros segmentos de la maraña.

Suena interesante para entender la extraordinaria complejidad de los hombres y de la historia: esquizofrenias, miedos, deja vu, sensaciones de "yo a usted lo conozco" o "siento como si ya hubiera estado aquí"; angustiantes persecusiones enmedio de los sudores fríos de una pesadilla, amaneceres plácidos en los que uno amanece feliz, como agradecido con el mundo sin saber porqué, todo sería consecuencia de cosas que pasan o han pasado en la ramazón de la vida. De repente de eso se trata el asunto del hilo de plata que funciona como una especie de cordón umbilical irrompible, que nos mantiene unidos a la vida de la colectividad muy a pesar de nuestra occidental y cacareada individualidad. Y uno como aguja, metido en la trama y la urdimbre de la vida cruzándose una y otra vez con vidas que son de uno pero no son de uno. Por algo decía mi abuelo Lalo que hay algunos que "no están en lo que están".

El asunto da para más. Por ejemplo, si la vida fuera como un gran sistema circulatorio uno entraría en ella como un vulgar glóbulo rojo, cargado de oxígeno, nutrientes y cosas buenas para ir repartiendo a lo largo del camino de los tubitos y los tubitíos, y recogiendo residuos, tristezas y dolores para volver agobiado al corazón donde lo mandarían a dar una vuelta por los pulmones para limpiarse, oxigenarse y entrar a dar otra vuelta. ¿Es eso la reencarnación? A saber.

Otro día quizá sigla platicando de esto. Hoy ya no, porque un blog es un blog, y no un libro gordo, y porque estoy con la extraña sensación de que alguien podría estar comiéndose mi almuerzo...