sábado, 3 de octubre de 2009

El Aprendiz de Brujo y sus Fantasías

Impresiones de un centroamericano
navegando en las honduras de Honduras (4)

Allá por 1940 Walt Disney inventó los videos musicales combinando música y animaciones para producir Fantasía. Empezó por El Aprendiz de Brujo, de Paul Dukas que, dado su éxito, fue includa nuevamente en Fantasía 2000. Aquí pueden verlo, si no se acuerdan. Parece mentira, pero estas fantasías de aprendiz de mago sigen vigentes en pleno siglo XXI. Sobre esa producción quiero hablarles hoy, haciendo la siguiente

ACLARACIÓN

Cualquier parecido con el reciente golpe de estado en Honduras, es pura coincidencia.


El protagonista es un roedor, el ratón Miguelito, deseoso de convertirse en un hechicero como su maestro, al que llamaré Melín porque me recuerda a Merlín, el mago.

Miguelito miraba con asombro y envidia los hechizos y conjuros de Melín y no hallaba las horas de convertirse en hechicero y hacer lo mismo usando el sombrero y el libro en los que imaginaba concentrado todo el poder. No sabía, o no entendía, que los aprendices deben ser pacientes y esperar el momento para intentar ciertos hechizos que pueden salirse de control por hacer las cosas precipitadamente y sin pensar. Pero Miguelito era impaciente, quería tener el poder sin pasar por el lentro proceso que un buen aprendiz debe seguir, y una noche, aprovechando que Melín se durmió, usurpó su lugar. Se puso el sombrero y empezó a disfrutar de su nuevo status.
En cuanto Miguelito tuvo el poder, se puso a usarlo para complacer sus gustos y caprichos. Esclavizó una escoba y la puso a trabajar. “Me obedecen” pensó Miguelito, y convencido de que, con el hechicero ausente, él tenía el poder, siguió dando órdenes y deleitándose. Soñó que el universo entero le obedecía al ver los cuerpos blancos que se movían ordenadamente para donde él les decía. “Es cierto, todos me obedecen”, pensó, y siguió divirtiéndose. Sólo estaba soñando, dormido en la silla de Melín, pero él creía que todo era cierto.

Demasiado tarde se dio cuenta de que la escoba estaba inundando el lugar. Le ordenó que se detuviera y la escoba se resistió a obedecer. Iba y venía sin que Miguelito pudiera impedirlo. Y entonces Miguelito, desesperado, abandonó la magia que nunca había tenido y recurrió a la violencia. El hacha dio cuenta de la escoba rebelde y la hizo mil astillas. Qué iba a saber el pobre Miguelito que cada astilla iba a convertirse en otra escoba rebelde. Empezaron a marchar sin obedecer, sin pedir permiso, como movidas por una fuerza interior desconocida para Miguelito, y se adueñaron del lugar.


Ya con el agua al cuello, y en medio de la desesparación, Miguelito se acordó del libro que no había leído antes, el libro donde estaban las leyes que deben cumplirse para que las cosas no se salgan de control. Trataba de leerlo con la esperanza de encontrar una fórmula mágica para deshacer el caos que había provocado, pero ya era tarde. Había violado muchas leyes del libro y todo estaba fuera de control.

Lo sabía, pero no quería aceptarlo: el poder no estaba en el sombrero, ni en la silla, ni en el libro, sino en Melín, el único y verdadero hechicero. No sabía que hacer, temía ser castigado si regresaba Melín, pero él sólo no podía controlar las fuerzas que había desatado. Lo único que podía resolver el problema era el regreso de Melín.

En el momento menos esperado, sin avisar, volvió Melín y puso todo en orden. Miguelito le devolvió el sombrero e intentó sonreír tontamente. La fantasía terminó, y la misma escoba a la que había esclavizado y maltratado, ahora en manos de Melín, le dio un escobazo en el culo y lo echó para afuera.