domingo, 8 de marzo de 2009

Los astros

Divagaciones sobre el Poema 20 y la Astronomía
II. Los astros, a lo lejos...

Le contaba antes que la oscuridad del cielo nocturno implica que el universo no puede ser infinito, homogéneo y estático, todo a la vez. Pero este no es el final de la historia. El cielo nocturno no es totalmente oscuro: está estrellado, lleno de esos astros que tiritan, azules, a lo lejos. La presencia de los astros contra el telón oscuro del cielo nocturno nos remite directamente al más grande de los misterios, el de la existencia. ¿Porqué existe algo, en lugar de nada? ¿Porqué el universo alberga esos cuerpos luminosos en lugar de ser un "mar" oscuro y frío? Preguntas que podrían ser discutidas interminablemente en los cafés o en las cantinas... por ahora nos contentamos con saber que los astos existen, como lo muestra una simple observación al cielo, para contemplarlos y estudiarlos.

Según los señorones de la Real Academia Española, astro es "cada uno de los innumerables cuerpos celestes que pueblan el firmamento", definición que no da demasiados detalles, pero trae mucha más información de lo que parece a primera vista. Hay otras definiciones que no interesan aquí, como esa de llamarle "astros" a actores, deportistas, y a otros personajes del mundo del espectáculo, por ejemplo, el chucho de los Supersónicos.

En primer lugar, dice que los astros son innumerables, una manera bastante vaga de decir que son muchos más de los que podríamos contar con los dedos de la mano o quisiéramos contar tratando de dormir en una noche de insomnio. La verdad es que son muchísimos: a simple vista pueden verse unos cuantos miles, pero con los modernos telescopios y otros instrumentos se detectan millones de millones, y seguramente hay más, invisibles por ahora.

Dice la definición, además, que los astros pueblan el firmamento. Sólo califican como "astros" aquellos cuerpos que se encuentran más allá de la superficie y la atmósfera terrestres. Esto parece una herencia de épocas en las que se hacía énfasis en la idea de que la Tierra y le pensaba que los astros eran cuerpos de distinta naturaleza, gobernados por distintas leyes: yo, Tierra, tú, astro (como le diría Tarzán a Jane), la Tierra no era un astro más, y los astros estaban más allá del alcance de los humanos. Alguno que se la fumó vencida deliró con viajar a la Luna, pero más porque creía que la Luna estaba dentro de la atmósfera, como las nubes, y no porque creyera que de veras podría viajarse a un astro.

Aún más importante: los astros son cuerpos, no espíritus, ni agujeros. Son celestes, sí, lo cual significa que se originan en el cielo y pertenecen al él, pero son, a fin de cuentas, sistemas materiales a los que se puede aplicar las leyes de la física y las otras ciencias.

Los naturalistas y filósofos de la antigüedad pensaban que los astros se movían en el cielo siguiendo leyes propias, que no tenían nada que ver con las leyes de movimiento de los cuerpos cerca de la superficie de la Tierra, y que estaban hechos de sustancias eternas distintas de las que forman los objetos terrestres. Incluso se les concebía como seres sobrenaturales, dotados de voluntad y de fuerzas que les permitían influenciar las vidas de los hombres.

Todo eso terminó con la revolución copernicana, durante los siglos XVI yXVII, en los que los fundadores de la ciencia moderna le corrigieron la plana a sus antecesores, aunque aún en nuestros días los astrólogos siguen acumulando billetes a fuerza de engañar a los incautos que no se han enterado de que ya pasó el renacimiento.

Durante la revolución copernicana se cambió el viejo sistema geocéntrico, que suponía que la Tierra era algo así como el centro del universo, por el heliocéntrico, en el que el Sol pasa a ocupar el centro y nuestro mundo ocupa el lugar que le corresponde como uno más entre los planetas.

Pero el camino fue largo y tortuoso: hasta la fecha, a mucha gente no le hace gracia la idea de que la humanidad sea una especie cualquiera en un planeta cualquiera que gira alrededor de una estrella cualquiera en una galaxia cualquiera dentro de un grupo cualquiera; en la edad media, esto era simplemente inadmisible. No señor: la humanidad debería ser el centro del universo, y quien dijera lo contrario se arriesgaba a pasarla mal, como le sucedió a Giordano Bruno, quien fue cuidadosamente quemado en 1600, por sus delicadas divagaciones sugiriendo que las estrellas eran "otros soles", que podrían tener otros planetas a su alrededor, cuestionando el papel central de la Tierra, y por tanto de la humanidad. Galileo Galilei tuvo que vérselas con un tribunal que afortunadamente no le prendió fuego, aunque quizá no les faltaron ganas...

Isaac Newton unificó nuestra visión del universo al descubrir que la fuerza que hace caer a los objetos cercanos a la Tierra (la famosa manzana) y la que evita que la Luna se escape de su órbita alrededor de la Tierra son la misma cosa. Newton y los físicos que le siguieron se dieron cuenta de que las cosas que aprendían en los laboratorios terrestres también podían aplicarse al estudio de los cuerpos celestes --los astros-- y empezaron a preguntarse cosas como ¿qué son las estrellas? ¿de qué están hechas? ¿qué tamaño tienen? ¿cuál es su temperatura? ¿porqué brillan?, etc.

Aprendieron a analizar la luz que nos llega de los astros y descubrieron que las estrellas son "otros soles", como pensaba Giordano Bruno, y están hechos de los mismos elementos presentes en los cuerpos terrestres; que son muy grandes y están muy lejos. Aún más, hoy sabemos que los elementos se producen dentro de las estrellas, que muchos de los átomos de su cuerpo y el mío, los del hierro de los frijoles del desayuno, los de carbono y oxígeno del octavo almuercero, y los de nitrógeno que abundan en el aire, estuvieron algún día en el interior de una estrella. Los astros son, a la vez, muy lejanos y muy cercanos a nosotros.

No todos los astros son estrellas. Algunos son nubes de gas que brillan porque una estrella cercana las ilumina, otros son conjuntos de decenas, millares, millones o miles de millones de estrellas, que se ven como puntos luminosos porque están increíblemente lejos de nosotros, otros son planetas y otros sí son estrellas de verdad. El Sol es una estrella de tipo bastante común, y hace rato que perdió su estatus de centro del universo.

Contemplar el cielo estrellado es cada vez menos frecuente. La misma tecnología que ha permitido a los astrónomos escudriñar los confines del universo y descubrir la naturaleza de los astros priva a otras personas de contemplar un cielo estrellado al contaminar el cielo con iluminación innecesaria o al producir cosas como la televisión que nos convierte en papas de sillón. Pero la decisión es suya: anímese a ver el cielo, y recuerde que un fondo oscuro salpicado de astros, un cielo estrellado, tiene mucho que decirnos sobre el universo y sobre nosotros mismos.

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