miércoles, 28 de octubre de 2009

El Padre Clorito ha Desaparecido

Impresiones de un centroamericano
navegando en las honduras de Honduras (6)


y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Juan 8: 32
Los parientes y amigos de Guatemala me preguntan por el padre Clorito, aquel cura alto y narizón, de sonrisa amplia y alegría contagiosa al que conocimos en el Don Bosco a finales de los 60's y principios de los 70's.

Enseñaba química --de ahí su apodo "clorito"-- pero además de ser profesor de ciencias naturales era un hombre muy culto, con varios idiomas en su haber, un campeón para el catecismo y la teología, y un verdadero virtuoso para tocar varios instrumentos y cantar. Nunca lo vimos bailar, pero sospecho que para eso también era bueno. Los muchachos que se graduaron en 1972 le pidieron que los apadrinara: la promoción XXIII se llama "Padre Oscar Andrés Rodríguez" en su honor.

Tenía mucha sensibilidad y le preocupaban los problemas sociales. Mas de alguno de los curas de corte conservador se escandalizaba por sus ideas progresistas y su carácter demasiado alegre y juvenil.

En aquel entonces ninguno de nosotros, quizá ni siquiera el mismo padre Clorito, imaginó que treinta y tantos años después este personaje simpático y campechano se convertiría en el Cardenal Rodríguez, líder de la iglesia católica latinoamericana y mundial, y que los rumores de que podría llegar a ser Papa al morir Juan Pablo II harían que los hondureños se hincharan de orgullo.

Ha sido, sin lugar a dudas, un personaje importante para la sociedad hondureña en las últimas décadas, admirado y querido por buena parte de los habitantes de Honduras. Era, hasta hace poco, un referente moral, alguien en quien podíamos confiar a la hora de tener que distinguir el bien del mal en complejas situaciones espirituales y sociales, alguien que hubiera podido ser mediador en el conflicto actual, de no haber sido porque tomó partido del lado de los golpistas.

Con el golpe de estado a muchos personajes, incluido el cardenal, se les cayó la máscara y enseñaron la verdadera cara. Las declaraciones del Cardenal para justificar el golpe de estado nos convencieron de que la vieja alianza entre la cruz y la espada, que arrasó con los pueblos americanos durante la conquista en el nombre de Dios, ha resurgido, cuando creíamos que esas eran cosas del pasado.

Me costó creer lo que ví y oí cuando el Cardenal, en nombre de los obispos de Honduras, mintió en la televisión para "demostrar" la legalidad de lo que había sucedido el 28 de junio. Me indignó el hecho de que un líder espiritual del país hablara de artículos de la constitución en lugar de enviar un mensaje de esperanza, reconciliación y perdón (algo de esto habló, pero no fue el centro de su presentación); que él y sus obispos auxiliares menospreciaran la vida y los derechos de quienes salieron a las calles a manifestarse, y que advirtiera --o amenazara-- al presidente Zelaya sobre el "baño de sangre" que se produciría si regresaba al país.

No le dijo nada a quienes tienen las armas y las han usado para golpear, torturar y matar a manifestantes desarmados, no dice nada ahora que el mundo entero sabe que los militares a los que él y sus auxiliares defienden son responsables de todo tipo de violaciones a los derechos humanos. No ha tenido el valor de Monseñor Romero para decir las palabras que todavía resuenan en todos los espíritus libres de El Salvador, Latinoamérica, y el mundo:
Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van acompañadas de tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.

Homilía de Monseñor Oscar Romero
San Salvador, 23 de marzo de 1980
(Monseñor Romero --San Romero de América--
fue asesinado un día después, el 24 de marzo de 1980.)

Y no nos ha explicado cómo fue que aceptó que el gobierno le pagara 100,000 Lempiras mensuales, desde 2001 (en ese año este "sueldo" era equivalente a cerca de 93 salarios mínimos...) ni nos ha dicho qué hizo con ese dinero. Si nos hubiera dicho que lo usó para obras de caridad, o para mantener la catedral o la basílica de Suyapa, o para ayudar a las víctimas de las catástrofes naturales y sociales, o para cualquier otra cosa, le hubiéramos creído. Pero no dijo nada ¿Es que el pueblo de Honduras no merece una explicación cuando alguien que no tiene puesto ni funciones en el estado recibe un sueldo de ese tamaño, muchas veces más que el salario mínimo por el que el presidente Zelaya se ganó la animadversión de los empresarios?

A estas alturas puedo contestarle a mis parientes y amigos: el padre Clorito está entre los desaparecidos; ha sido suplantado por un señor serio, que se llama el Cardenal Rodríguez, que se le parece mucho y hasta tiene sus mismos gestos, pero que ríe menos y miente y amenaza más. Cosas como las que sólo hemos visto con la "poción multijugos" en las películas de Harry Potter.

Mucho le han criticado a este señor Cardenal por haberse olvidado de los pobres y pasarse la vida en celebraciones de bautizos, primeras comuniones y casamientos de ricos, degustando delikatessen y vinos finos. Dicen que nunca ha casado a una pareja de pobres, de todos modos eso no sale en los periódicos y revistas en los que hemos visto al Cardenal con los señorones empingorotados y las damas rififí de la alta sociedad de Tegucigalpa. Pero eso es poca cosa, o nada, comparado con el desprecio que ha mostrado por la vida y el sufrimiento de sus paisanos, la complicidad con un régimen y con un ejército que se ha ensañado con su misma gente.

En los útimos tiempos le he visto en persona un par de veces nada más. Nos movemos en círculos diferentes y nunca hemos coincidido en algún lugar donde pudiéramos charlar de los viejos tiempos, de cuando tocábamos en la orquesta que armó el padre Evertsz y de cuando nos enseñó algunas canciones hondureñas en los retiros de la posada de Belén. Hace algunos años, cuando mi madre estuvo de visita en Tegucigalpa andaba con la onda de fundar el movimiento de "Vida Ascendente" (tercera edad) y fue a buscarlo con Doña Arely de Vega y otras señoras, me mandó a decir que llegara un día a buscarlo para que nos tomáramos unas copas de vino y platicáramos, pero nunca lo hice: las ocupaciones profesionales, familiares y sociales no dejaron espacio para eso.

Estuve en Guatemala hace como dos meses, y mi madre me preguntó si por fin había ido a tomar vino con el Cardenal, y yo, que me sentía ofendido con él, le contesté que ahora sí me gustaría ir para echarle veneno en la copa.

Pero luego he pensado que sí me gustaría ir con fines menos agresivos y radicales, no sólo porque me imagino que el vino ha de ser de los buenos, de esos con los que uno siente que es el mismísimo Dios vestido de terciopelo el que se le desliza por la garganta, sino porque quisiera preguntarle a este señor Cardenal qué hizo con el padre Clorito, dónde lo arrinconó, porque yo no lo encuentro bajo el sombrerito púrpura y detrás del gran crucifijo que se cuelga con un par de ganchos en la sotana este arzobispo de corte conservador que se escandaliza ante las ideas progresistas de los curas jóvenes y alegres; quisiera preguntarle si aún existen en alguna parte la alegría, la compasión, la caridad y la humildad que tanto admirábamos en el padre Clorito.

Pero hay demasiados soldados a su alrededor. Talvez en el futuro, cuando los malos momentos por los que ahora atravesamos sean sólo un mal recuerdo, cuando las heridas hayan cicatrizado, cuando el padre Clorito haya podido escaparse del gorrito púrpura y el crucifijo gigante y reaparezca entre nosotros, podremos tomarnos un buen vino y hablar de los viejos tiempos.

2 comentarios:

Miss Trudy dijo...

No se por que le extraña, mi amigo, que altos prelados mientan y encubran, cuando está claro que llevan haciéndolo por mucho tiempo.

En la última década se ve en la situación del encubrimiento de abuso a niños por prelados de la iglesia, pero existe una gran trayectoria histórica de uniones faltas de ética entre representantes religiosos (de denominaciones varias, para ser justos) y gobiernos. Quienes están en poder encuentran mil maneras para justificar ante el público y sus propias conciencias, lo que hacen mal.

Me consta que también hay prelados justos y que tratan de hacer lo correcto. Se les aprecia por que luchan contra la corriente. Quizás el sistema en si es el problema. En donde impera el dogma y el acatamiento a la fe en contraposición al pensamiento crítico ... ¿Qué se puede esperar?

Gustavo A. Ponce dijo...

En realidad no me extraña que lo hagan. La historia muestra que las intrigas palaciegas del Vaticano no han sido muy diferentes de las que se dieron (y se siguen dando, sólo que ahora le llaman "lobbying")en otras monarquías. También la participación de algunos jerarcas religiosos en los grupos de poder y su ceguera voluntaria ante las graves injusticias que cometen es cosa probada.

Como usted dice, hay de todo: no son las instituciones las que determinan el comportamiento de las personas, sino al revés, y la iglesia, o la parte de ella que vale la pena, ha sobrevivido precisamente porque siempre ha habido en su seno gente justa y valiente (aquí mismo, en Honduras, están Monseñor Santos y el padre Tamayo, que no han agachado la cabeza ante lo que está pasando).

Lo que a mí me duele de todo esto, y no deja de sorprenderme, es que "el malo de la película" sea una persona a la que conocí de cerca, a quien le he tenido respeto, cariño, admiración, y de quien no esperaba el comportamiento que ha tenido, aunque no es la primera vez que se le acusa de ser incondicional de las clases de dinero y poder. Es un poco como lo que nos pasa cuando hay enfermedades y epidemias que están acabando con poblaciones enteras: no las sentimos hasta que se nos muere una persona querida.

Eso me ha pasado. Las sinvergüenzadas que durante siglos se han dado en el interior de la iglesia, en el Vaticano, o en el Banco Ambrosiano, han sido cosas abstractas, que le pasan a personajes de cartón que uno encuentra en la historia. Pero hoy me pegó bien cerca.

Sigo con la esperanza de que regrese el padre Clorito... y de tomarme un buen vino con él...